24. Carta de mi primo Adolfo. Final de la aventura con las quejas del demonio tentador.
24. Carta de mi primo Adolfo. Final de la aventura con las quejas del demonio tentador.
19240902 Cienfuegos 2 de septiembre de 1924.
Querido Joaquín.
Mucho me extraña tu silencio, mucho sentí el que no te hubieses acordado de mí en la carta que escribiste a tu tía, ni siquiera mandarme a decir que habías visto a Rosa, y que habías entregado los recuerdos a los niños, yo creo que tú no debes estar bueno de la cabeza, porque de otra manera no creo que tengas para conmigo ese modo de proceder, mucho que diría si te tuviera delante, porque me hizo daño tu modo de proceder.
En fin querido primo, para sentir como es, es necesario haber andado mucho haber sufrido mucho y a ver llevado muchos golpes, porque éste es el único que enseña, por eso los que andamos, al garete, siempre tenemos y estamos dispuestos a prestarnos toda la protección, y son mutuos, los servicios prestados los unos a los otros. En sin interés ni devolución, por eso tú encontraste en esto todo, cariño dinero protección, y siempre los brazos abiertos, para llenar el vacío que te causaba, el cariño de los hijos ausentes, así es como hacemos, los que por desgracia, tenemos, que vivir, fuera y lejos de la tierra que nos dio el ser. Para que molestarte más tú sabes que has hecho muy mal y yo te perdono. Porque es un deber, que tenemos los unos para con los otros.
Deseándote mucha salud en compañía de toda tu familia te quiere tu Primo.
Adolfo
En esta carta Adolfo habla de su hija Rosalía a la que le llama Rosa. Rosalía es uno de los hijos que Adolfo dejó atrás en Soto de Luiña, dejándolos junto con su esposa a cargo de su padre, que yo sepa nunca más volvió a verlos y dudo mucho que se interesara por ellos de algún modo, tengo la impresión de que sólo la usa como excusa para buscar un campo de batalla conmigo. Como más adelante relataré, Rosa vivió en mi casa mientras estudiaba magisterio en Oviedo, también incluiré las cartas que conservo de las que me envió Rosa.
Le contesté a Adolfo intentando limar asperezas por no ofender a la tía Celedonia, pero con el firme propósito de no volver a tener relación con él, aunque eso no cambiaría mi relación con el resto de los Echeverría, incluidos el padre y los hijos de mi primo Adolfo. Comprendo que mi familia es difícil de seguir porque tenemos la costumbre de repetir nombres de generación en generación.
Y así acabó definitivamente mi aventura cubana, esa aventura intentando emular a las que hicieron otros, si bien lo cierto es que sólo hicieron pudientes a unos pocos e hicieron miserables en la soledad y la nostalgia permanente a tantos desgraciados que no triunfaron. A diferencia de muchos, yo tenía a donde volver, donde me esperaba mi familia con los brazos abiertos y con amigos que me apreciaban, capaces de deshacer el desaguisado de haber quemado mis naves en España. Mis socios de la Comparativa me recogieron y me dieron crédito de nuevo para recuperar la participación y me repusieron en mi empleo de gerenciar el comercio de nuevo.
A la vuelta a Oviedo seguí en correspondencia con la tía Celedonia como lo había hecho anteriormente, contestando a sus cartas, pero evité dirigirme a Adolfo, hasta que llegó una carta de él ofendido por mi despego. La incluyo aquí porque se me parece a la que le hubiera enviado el diablo a Jesús después de que este a la vuelta del desierto no sucumbió a las tentaciones.
Mientras redactaba este apartado me encontré con las cartas de mis hermanos Manuel y Paco dirigidas a mí y a mi hijo Manolo. En ellas lamentan de algún modo que hubiéramos vuelto de Cuba, y más en el caso de Manolo que, con su edad acorde a no tener compromisos familiares, en su opinión tenía un futuro halagüeño en la isla.