23. El Canto de Sirena

Mi hijo Andrés Echeverría Bengoa y yo, en una fotografía de estudio de Cienfuegos, Cuba.

23. El Canto de Sirena

 


Desde Cuba con mi hijo Manolo.

19230412                        Pinar del Río 12 de abril de 1923


(A la izquierda arriba está cortado el membrete de la empresa y la dirección a la derecha aparece: TELEFONO 57, y debajo: Dirección Telegráfica: HIDRO)

(He corregido algo la sintaxis y la ortografía pero intenté no desvirtuar la forma de redactar de Adolfo Echeverría)

Querido primo: 

No había correspondido antes a tu carta, en la que me anunciabas el fallecimiento de mi querido tío, tu padre, (q.e.d.) Esperando a hacerlo con calma, desde luego que la pérdida es irreparable, pero según tu carta el pobre había sufrido lo suficiente y aún sufría, con su buena esposa, y sus queridos hijos, pero, a todos llega su hora y tanto ella como ellos pagarán, su deuda y encontrarán su merecido, y ha sido para ti una satisfacción haberlo tenido a tu lado en los últimos días, pues después de haber agotado, todos los recursos que presta la ciencia médica, ha sido doble, tanto para ti, para tus hermanos la satisfacción de haber sido tú el último consuelo y alivio y no los que a fuerza de disgustos, adelantaron su muerte, sólo me resta en mis cortas oraciones, pedir para ti y tus hermanos, fortaleza para sobrellevar tan rudo golpe.

Correspondo a tu carta del 27 de marzo recibida noche, y seguidamente te puse el cable que interesabas para que te retires y vengas con mi madre, y los niños, mi ofrecimiento de poder proporcionarte un sueldo de 100 Pts, a ti y otro sueldo al muchacho, para que puedan vivir y de ayudar a acabar de criar los otros siempre está en pie, y durará todo el tiempo, que yo sea el administrador, así que no tengas pena venir, y poco a poco resolveremos todos los demás asuntos, de los que dejas en ésa.

Dile a Matilde que no tenga pena alguna, que aquí vienen ustedes para su casa, porque lo mío será de todos, y una vez tu orientado y próximo a tus hermanos se resolverá todo bien.

Recuerdos a Matilde, besos a los niños y tú recibe el Cariño de tu Primo

 

Como decía, la tía Celedonia me convenció de la conveniencia de que me fuera a Cuba a hacer fortuna, y en 1923 embarcamos mi hijo Manolo, el mayor de los varones, y yo. Nuestra casa pasaba estrecheces, los hijos se hacían mayores y gastaban más, pero los ingresos no crecían adecuadamente. Manolo, el mayor de los varones había terminado de estudiar Perito Mercantil, pero no encontraba un trabajo, aunque yo, su padre, estaba relacionado en esa profesión sólo me salían contabilidades en las que él podía desempeñar su trabajo, pero no encontraba una verdadera oportunidad para él. Manolo con algo más de diecisiete años encontraba dificultades para ganarse la confianza necesaria para obtener un trabajo cualificado. Hoy pasado el tiempo y conociendo su evolución profesional vuelvo a decir “Dios aprieta pero no ahoga”.

Antes de seguir con la crónica no me resisto a recoger lo que me inspira esta carta, leída de nuevo tantos años después de haber sido enviada.

Esta carta debiera haber sido un aviso para mí, porque aunque yo le había contado a la tía Celedonio la pena que me inspiró mi padre, cuando se refugia en mi casa para huir de su nueva familia, cuando sus hijos ya comenzaban a ganarse la vida y él pasaba a ser un factor menos importante en la casa, en el aspecto económico. Yo sé que les conté la pena que me inspiró mi padre, pero creo que esta carta y el enfoque que le da mi primo debía haberme prevenido para no emprender esa aventura de la que me tuve que arrepentir. Nunca me pareció lícito invocar a la “Justicia Divina”, eso supone que nos creemos con derecho a juzgar y a interpretar los veredictos y designios del Señor.

Yo en ese momento, como queda dicho, gerenciaba la Comparativa, de la que poseía el 5% del negocio, lo que venía a representar el equivalente a los ingresos de un año como gestor de la tienda, que era un salario acorde con la responsabilidad, lo que no impedía que también despachara cuando se acumulaba el público.

Me carteaba con mis hermanos y primos, mi hermano Manuel ya estaba en Nueva York y Paco se trasladó con él, aun cuando viajaban frecuentemente a Cuba. Paco era joven pero ya se estaba situando. Manolo me animó, diciéndome: 

-Un hombre preparado como tú, tendrá allí muchas oportunidades y los primos pueden abrirte camino-.

Consulté con mis socios del comercio, todo fueron facilidades, saldé mi parte en el negocio. De ese modo dejaba a disposición de Matilde una cantidad de dinero considerable, lo necesario para vivir holgadamente durante más de un año.

Manolo y yo nos establecimos en casa de la tía Celedonia. Nos consiguieron trabajo desde el principio y nos dejaba tiempo libre para acometer más, pero el tiempo fue pasando y nuestros ingresos no eran lo suficientes para justificar haber abandonado España y a nuestra familia. La situación nos permitía enviar a Oviedo cantidades de dinero equivalentes a los ingresos anteriores de la casa. Pasado algo más de una año decidí volver con Manolo, yo no quería que se quedara en aquel ambiente, pero no lo forcé. Fue decisión suya, no se quiso quedar en Cuba, no se encontraba cómodo allí, luego averigüé porqué, el viaje en el barco nos dejó mucho tiempo para hablar, yo soy hombre de pocas palabras, me va más la lectura y la reflexión.

En ese tiempo mi trato con los primos fue más íntimo de lo que había sido nunca y me permitió conocer aspectos que no había sospechado. Yo había observado el nivel de vida que se permitían en Las Luiñas, increíble para el nivel de ingresos que yo les suponía, pero en Cuba vi prácticas inadmisibles. Por ejemplo, me escandalizó como Adolfo amañaba los partidos de pelota vasca, para ganar las apuestas y otras marrullerías que yo no podía compartir.

También me escandalicé de los manejos de la masonería y de sus ridículas ceremonias, me lo contaba Adolfo para que apreciara su capacidad de hacer negocio, intentando deslumbrarme para meterme en su organización delictiva.

Aunque parezca que no tiene que ver con esta historia, os contaré que en Cienfuegos de Cuba muchos de los negros eran procedentes de una plantación que poseía un portugués. Sus esclavos al ser liberados adoptaron su apellido y éste era como me decía mi padre a la vuelta de la Guerra, similar al nuestro. La mayoría de los “negros” de Cienfuegos, se apellidaban Etcheverría.

Adolfo se recreaba en contarme el potencial del apellido, de hecho me decía que estaba a punto de modificar el apellido para adoptar el suyo y así ganar prestigio con ellos y convertirlos en sus incondicionales, me decía: 

-Son como niños inocentes, se los engaña con buenas palabras, palabras bonitas, les prometes no importa qué, voy a crear una organización de afines al apellido para tener la influencia y convertirlos en mis incondicionales-. 

Lo que no les conté a mis primos era que en esas plantaciones el abuelo Juan había sido compañero de trabajo de esos negros que Adolfo despreciaba.

Adolfo anteriormente había deformado su apellido para ajustarlo a la dicción de Las Luiñas, así que muchas veces firmaba como Chavarrías. Meter una t en el apellido no tenía la menor importancia para él.

A mi me quedaba demasiado tiempo libre, tenía poco trabajo, eso sí, bien remunerado, pero yo quería trabajar más, de modo que mis ingresos me permitieran ahorrar que era lo único que podía justificar el sacrificio de la separación familiar, añoraba a todos, pero llevaba muy mal la separación de Matilde.

Empecé a observar que los fines de semana me metían por medio a una cubana de buena apariencia, una joven amiga de mis primos y me resultaba violento el montaje que se traían, metiéndome por las narices a Elena, que así se llamaba, y aunque no era demasiado indiscreta sus atenciones me resultaban de lo más incómodas, más teniendo en cuenta la presencia de Manolo que era un joven estricto y no tenía por que presenciar las situaciones violentas en las que me ponían.

Esta fue la gota que me colmó el vaso, ya no pude aguantar más y decidí embarcar par España a la primera posibilidad. Me parecía que estaban atentando contra mi dignidad.

Como decía, en el barco, con el tedio, tuve más tiempo de intercambiar inquietudes con Manolo que en toda nuestra vida, a la ida habíamos hablado, pero más de ilusiones que de otra cosa. Manolo con sus fantasías y sus delirios poéticos, siempre tuvo mucha afición por la poesía y en el barco había llenado cuadernos, de momento pasados tantos años no ha publicado nada, creo que ya ni siquiera se presenta a concursos literarios y creo que su obra es francamente buena, pero él es así. 

A la vuelta de Cuba nuestra situación era la contraria, yo preocupado con mi futuro, pero contento esperando el reencuentro Con Matilde, con todos, pero especialmente con Matilde. Él con las orejas gachas, sin fuerza y sus ilusiones y fantasías caídas, derrotado. Todos nos ahogamos a veces en un baso de agua, pero él… me daba pena. Ver a un hombre de apenas dieciocho años, antes optimista y siempre vigoroso y ya derrotado con esa edad.

Me habló de sus problemas, yo debiera haberme dado cuenta del acoso a que lo había sometido Tita, la adolescente de la casa, la hija de mi primo Maximino, yo no lo sabía, pero debía haberlo intuido porque era cierto que ella se quejaba de que era antipático y Celedonia le decía, lo reconvenía:

-Deberías contemplar más a tu prima. 

Según Manolo él se había sabido bandear y librarse del acoso, me decía: 

-No es que yo sea de piedra, pero en su casa… además es una niña pequeña y creo que los hombres debemos respetar eso, a la casa y la edad, no se puede jugar de ese modo con una niña, aunque ella se empeñe. 

Me decía Manolo: 

-Papá no te diste cuenta, las cubanas andan con las bragas en la mano- 

Me sorprendió que Manolo se tomara la confianza de hablarme así, nuestra relación no permitía esas confianzas. Lo dejé estar y a decir verdad yo no me había dado cuenta. No sé si mi pobre figura y mi actitud seria, que no daba confianzas a nadie, me blindaban contra las ofertas de cualquier desvergonzada.

No estuve demasiado pendiente de mi hijo Manolo, el único de mis hijos que en esas fechas estaba bajo mi tutela y aunque lo perdí poco de vista, ignoro cada detalle de sus ratos de expansión, pero sí estuve pendiente de controlar que no bebía, sin someterlo a un control agobiante, confiaba en él, pero “la vista del amo engorda el caballo” y yo en lo posible estuve atento a cualquier indicio de qué algo podía ir mal. 

Después de lo que me contó Manolo del acoso a que lo sometía Tita, con tocamientos cuando no se la veía, até cabos y vi que debía haber estado más atento para quitarle la angustia que había pasado, pero eso nos pasa a los padres que nos echamos en cara haber hecho o no haber hecho cosas que no fuimos capaces de hacer como después nos hubiera gustado.

Hoy meditando sobre aquella situación, supongo que hubo una complicidad por parte de la tía Celedonia, que quería establecer y consolidar nuestra relación. Creo que no veía con malos ojos a Manolo como puntal de la empresa, el emporio que estaban intentando crear en Cuba. En resumen supongo que estaba intrigando y manipulando a su nieta, ella podía pensar que a nadie le amarga un dulce, dejarse llevar por el camino fácil si no se nos ponen límites, es una tentación en la que personas inmaduras no pueden evitar caer.

Yo creo que por parte de la niña no habría nada calculado, pienso que sencillamente tendría en su muy tierna adolescencia ganas de satisfacer su necesidad de ser querida y la actitud de la abuela tampoco colaboraba a refrenar sus impulsos. Pobres jóvenes cuando en vez de ser orientados por sus mayores hacia la buena conducta y el respeto a ellos mismos, son impulsados a lo contrario, a ofrecerse, y la pobre adolescente, casi niña, no entiende porque el varón favorecido no quiere recibir ese fruto. Pobrecilla, lo mal que se debió sentir consigo misma y el daño que ese sentimiento de pérdida de dignidad y el rechazo le habrá hecho para su conducta futura, como ya veremos.

Estando en Cuba, mantuvimos correspondencia con mis hermanos que estaban en New York, de hecho Paco concertó una cita con nosotros aprovechando un viaje de trabajo, que luego tuvo que anular. Recojo aquí la carta que recibe de él mi hijo Manolo.

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