22. Mi aventura cubana. Intentando buscar un futuro mejor.

Mi hijo Andrés Echeverría Bengoa y yo, en una fotografía de estudio de Cienfuegos, Cuba.

22. Mi aventura cubana. Intentando buscar un futuro mejor.

Mi hermano Manuel.

Ya os comenté que mis primos de Las Luiñas, como mi padre y sus hermanos, se hicieron carabineros en masa, así la mayoría de mis primos Echeverría fueron por ese camino. 

Mi tío Adolfo tenía una porción de hijos carabineros y una vigorosa esposa, llamada Celedonia. Él había sido golfete y no se privaba de nada que pudiera conseguir en la línea placeres y lujos, claro es que los lujos que se podía permitir ahora parecerían poca cosa. Él siempre había colaborado con su esposa, Celedonia que era la jefa, la organizadora de las redes comerciales que conseguían, a quien pudiera pagarlos, productos exóticos sometidos a aranceles o a estanco. También tenía habilidad para comerciar con productos de Castilla conseguidos a través de los movimientos a los puertos de montaña de la cordillera de los vaqueiros. 

Cuando esta mujer vio libres de la milicia a sus hijos, decidió coger el portante y embarcarse hacía América, llevándose a sus hijos Adolfo y a Maximino con sus pensiones y la mujer y los hijos de Maximino. Mi tío Adolfo se quedó en Soto de Luiña y siguió en activo, era el comandante del puesto. Con él se quedaron la otra parte de los nietos, los hijos de su hijo Adolfo y también se quedó en su casa la esposa de Adolfo, su nuera por tanto. Me contaron que esto dio que hablar en las Luiñas, no soy quien para enjuiciar lo que a nadie le importa y sólo lo constato para recoger la maldad que a veces genera el aburrimiento de los ociosos.

Quiso la casualidad que en Cuba mis primos recalaran en Cienfuegos, tierra donde nuestro abuelo común, Juan Echeverría Uranga, había estado casi un siglo antes, en muy poco tiempo Adolfo había triunfado, ya en 1923 estaba muy bien situado. No sé que influencia habrá tenido en ese éxito el dinero que su madre había podido controlar sin dar cuenta a su marido, ni a nadie, fruto del comercio más o menos lícito en Las Luiñas. 

Adolfo era el gerente de la fábrica de la Luz de Cienfuegos y el mandamás de los masones locales, no me explico como en tan poco tiempo pudo hacerse con el poder de esa organización. También tenía un negocio de ferretería según podréis ver en los membretes de las cartas que me envió después de mi vuelta a España.

Volviendo al tema de mi aventura de ir a Cuba, Celedonia me cantó los oídos de las oportunidades que podría tener en Cuba, me escribía: 

-Joaquín, tú con tu preparación y la confianza que da verte, con ese aplomo y tu seriedad, tienes aquí unas oportunidades increíbles, Adolfo y Maximino están instalados y tienen una red de relaciones que ni te imaginas, además puedes venir tu por delante y luego traerte a Matilde y los rapazos

Era cierto que en mi familia después de sentar plaza se me había ido cogiendo mucha estima. Contaré una anécdota que refleja mis relaciones con la familia. 

Uno de los primos de Beiciella, de los de mi tía Aurina, Eulogio que así se llamaba, naufragó por tercera vez y sin saber nadar seguía vivo, puede parecer inexplicable, pero una vez y otra y otra había tenido la habilidad de cogerse a algo que flotaba. 

La cosa es que cuando salió del mar se metió en una cueva y no eran capaces de convencerlo de irse a su casa, tenía una especie de locura, como si tuviera miedo de que un dios del mar fuera a venir por él para llevarlo con el tío Juan Echeverría García, eso decía, el añorado Juan siempre presente.

Llevaba así una semana en la cueva y le llevaban comida y agua, pero no había manera de sacarlo por las buenas, no querían forzarlo. Mi primo Carlos vino a verme a Oviedo, comisionado por el padre de Eulogio, se presentó en mi casa, lo acogimos como siempre, como hacíamos cuando se presentaba alguno de ellos en Oviedo. Matilde era así, era la educación de las vizcaínas, aunque su madre no lo fuera. 

Carlos me contó esa noche, que hablando con él, con Eulogio, confirmaron que yo era el único que le merecía confianza. Les había contado que cuando habíamos encontrado aquel cadáver ahogado en el pedrero, donde los vascos pusieron las cetarias hace unos años, que yo había arrancado del cadáver todos los cangrejos que se lo estaban comiendo y que yo no temía al mar ni a sus maleficios y él sabía que si salía de la cueva conmigo nada le pasaría y me prometía que si lo sacaba de allí él ya no volvería a montarse en una barca.

La historia del cadáver era cierta y había pasado cuando yo tenía apenas 14 años. También es cierto que yo nunca volví a comer cangrejos, me dan un asco horrible, aquel cadáver estaba muy estropeado, pero se veía que tenía un golpe en la cabeza, se dijo que era alguien de la zona de Avilés, probablemente lo habían asesinado y tirado al mar, en el Cantábrico las corrientes marinas tiran hacia el oeste. Recordaba que el cadáver cuando lo encontramos estaba cuajado de cangrejos, que se estaban dando el gran convite.

Pedí permiso en el cuartel y nos fuimos a Soto y desde allí a Oviñana, bajamos por el caminito que conducía al pedrero y allí estaba Eulogio al fondo de la cueva iluminada por un hoguera que también lo calentaba, tenía la ropa seca, no se lo veía mal pero estaba muy nervioso y me abrazó tan fuerte que me costó desprenderlo de mí y que se comportara con compostura, empezó a hablar apresuradamente, diciéndome: 

-Que bien Xuaco que viniste, ya no me va a pasar nada al salir, me da miedo, ya lo sabes, viene a por mi, creo que el tío Juan me salvó, me sacó a la orilla, pero tengo miedo que se distraiga y que el malo me arrastre y me ahogue-. 

Le seguí la corriente: -No pasa nada, ya estoy yo aquí, conmigo no pueden-. Semejante tontería pareció calmarlo. Me decía:

-No te creas, el malo tiene mucho poder, son los cangrejos, se materializa en ellos, se juntan y separan, así es muy difícil, es uno y son muchos, les tengo mucho miedo pero a ti después de la paliza que les diste aquel día te temen Xuaco, contigo no se atreve nadie-. 

Nosotros aunque no éramos vaqueiros ni pixuetos, no dejábamos de tener la influencia supersticiosa de ellos. Yo nunca lo admití, al fin y al cabo mi educación era de Los Agüera de Busto, familia con sólidas convicciones religiosas, pero a mis primos y a sus hijos les habían echado las aguas. 

Esa ceremonia pagana practicada para sacar el mal de ojo de los recién nacidos, consistía en las Luiñas en llevar al neonato a casa de la iguadora, mujer habilidosa que curaba lesiones de huesos y articulaciones y practicaba ceremonias de curación de espíritus contritos y daños de mal de ojo, de amores y todo tipo de daños provocados por la envidia. La iguadora tradicionalmente vivía sola o acompañada por mujeres, un hombre viviendo en su hogar hubiera corrompido los poderes espirituales del hogar.

La ceremonia consistía en untar a los niños con un aceite aromático en la frente, axilas y las ingles, luego se los recostaba desnudos en un lecho de lienzos blancos, se destapaba un ánfora de cristal con agua, que yo creo estaba podrida y se agitaba con una cuchara de plata y la oficiante pronunciaba unas palabras ininteligibles para los no iniciados. El agua pútrida desprendía gases malolientes y la iguadora decía que eran el mal de ojo expulsado del neonato. Una vez por curiosidad asistí a una ceremonia, me desagradó tanto que aunque fui invitado varias veces ya no quise asistir más. Para algunas personas la celebración era tan celebrada como el bautismo.

Ni a mis hermanos, ni a mí nos habían expulsado el mal de ojo, eso lo sabían mis tías y las escandalizaba, pero el abuelo Juan les decía que yo con mi suerte no lo necesitaba. 

Lo cierto es que mi madre, criada en una casa sólida, quiero decir con firmes creencias, no concebía que la gente pudiera someter a sus hijos a esos ritos paganos.

Yo creo que mi abuelo Juan, que no era de esa tierra, no creía en nada de eso y que las creencias particulares de su clan de nacimiento las tenía olvidadas, ya viejo se refugiaba en su cristianismo de niñez, o sobrevenido, no sé,  buscando la salvación de su alma, sólo conservaba como superstición el recuerdo de una ocasión en la que le echaron la buenaventura y le dijeron con palabras oscuras que de él vendría la gloria, aunque él nunca entendió en qué consistía esto me lo transmitió a mí, como si yo tuviera una misión especial.

Es curioso las percepciones que tenía mi primo, el pobre Eulogio, pero ese día crecí un poco más a los ojos de los Echeverría, no porque creyeran a Eulogio, si no porque veían la confianza que generaba en él. Y digo un poco más porque las confidencias del abuelo y la atención que me había dedicado me habían creado cierto halo. Luego mi enfrentamiento a la situación de la casa de mi padre también me había dado algún prestigio, sabían que no era fácil enfrentarse a mi padre, el primer y único oficial de la familia hasta esa fecha, como carabineros la jerarquía, el grado, era importante. 

Ahora pienso, al recordar la llegada a Oviñana, que mis primos de mi edad habían visto como les plantaba cara cuando habíamos llegado Paco y yo, ellos nos habían conocido viendo a unos primos que hablábamos raro y creían que yo era más pequeño de mi edad, era poca cosa, pero tenía la edad que no aparentaba, les sorprendió verme plantar cara y exhibir una habilidad para la patada voladora y el puñetazo, evitando la pelea agarrado, con mi poco peso ahí estaba en desventaja, pero luego de los primeros encuentros y alguna nariz sangrante evitaron buscarme las cosquillas o molestar a Paco.

Lo cierto es que la tía Celedonia siempre fue especialmente cuidadosa y considerada conmigo, desde el principio. Luego lo demostró con su generoso regalo de bodas y en las visitas a Oviedo a hacer sabe Dios qué, se nos metía en casa, cosa que propiciaba Matilde con cualquiera de ellos. Pero ella era especial, “manejaba” y podía y hacia unos regalos muy especiales a los niños, les encantaba verla llegar, no es que las visitas fueran mensuales, pero era nuestra huésped más frecuente.

Os he explicado estas cosas de mis relaciones con los otros Echeverría y en particular con la tía Celedonia, para que entendáis su empeño en incorporarme a su clan. Más adelante me enteré por mis hermanos que Adolfo, que estaba en Cuba sin su esposa, tuvo una aventura con una dama cubana casada y el lío fue tal que se escaparon a México, donde uno de sus hijos, concebido con la dama cubana hizo gran carrera política, en la que se distinguió más por lo que se enriqueció que por lo ejemplar en el desempeño de sus responsabilidades, pero con esto me estoy adelantando al relato, así es que volveré a como discurrió mi viaje a Cuba.

La llamada a Cuba de la tía Celedonia se materializa finalmente en esta carta que podría llamar “un canto de sirena”, por las trampas que tenía implícitas. Cuenta la Mitología Griega que un héroe que quiere oír a las sirenas, su bello canto, se hace atar al mástil del barco y obliga a los marineros a taparse los oídos con cera, para que ellos no las oigan cantar. Cuando llegan a la isla de las sirenas sólo él las oye y pide desesperadamente que lo desaten para poner rumbo a la isla, pero para su fortuna no le hacen caso y sólo él escucha su canto, se desespera ante la imposibilidad de disfrutarlas pero se salva de aquella tentación. Luego será el único mortal que disfrutó de su canto sin ser devorado por ellas.

Expongo aquí mi canto de sirena, que desgraciadamente escuché:

 

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