21. La creación de la Comparativa.

Uno de mis hijos con su prima, en el Parque de San Francisco.

21. La creación de la Comparativa

No sé si fue la Divina Providencia o el hecho que justifica la máxima de: “Dios aprieta pero no ahoga”, pero al poco tiempo de que dejara escapar el último tranvía para llegar a oficial el gobierno tomó la determinación de jubilar con paga a los militares y asimilados que llevaran veinte años o más de servicio y quisiéramos acogernos. Ya os dije que mi abuelo decía que él y yo éramos personas con suerte, yo no sé si él la tenía, yo creo que yo si la tuve siempre, porque cada situación irresolubles se arregló por una circunstancia traída por la suerte. El hablaba de la misión, de la Divina Providencia, pero nunca entendí a qué se refería, parecía como si se creyera especialmente cuidado por esa Divina Providencia, ¿Quién sabe?.

No lo dudé, me acogí, como lo hicieron la mayoría de mis primos. Nos retiramos ya que comportaba una jubilación y se nos permitía trabajar lo que no condicionaba la percepción de la paga de jubilación, en mi caso de 150 pesetas mensuales para siempre.

NOTA: Me veo obligado a hacer una anotación, soy Joaquín Echeverría Alonso. Esas 150 Pts vienen a equivaler al cambio actual a algo menos de un euro, pero cuando mi abuelo habla de 150 pts, supongo que venía ser su sueldo si se excluyeran los plus es que pudiera cobrar. Ese fue el sueldo que cobro hasta su muerte a principios de los años 60. Vuelvo a lo escrito por mi abuelo.

Yo pensaba que encontraría bastante trabajo de hacer contabilidades, ejercer la profesión de contable en tiempos libres, al comienzo no fue tan fácil porque yo sólo era capaz de encontrar ese trabajo por recomendación de mis clientes, nunca fui hombre de reuniones en tabernas o partidas de dominó o de cartas.

Pero volvió a socorrerme la Providencia, el Ejercito cerró la Cooperativa Militar y el propietario sacó a concurso el alquiler del local. Yo desde el cuartel había tenido experiencia con la gestión de compras y unos oficiales amigos vinieron a proponerme que me asociara con ellos para abrir allí un comercio. No tenía dinero para participar, así que me adjudicaron el 5% y me permitieron pagarlo poco a poco.

Fui nombrado administrador con salario de trabajo presencial, éramos siete socios, creamos una tienda de ultramarinos.

Nuestra intención era vender a precios económicos productos de consumo intensivo, pero no pretendíamos tener muchos artículos diferentes, nuestra intención era vender de todo lo esencial que pudiera necesitar una familia normal, los precios económicos los basábamos en grandes compras en origen, evitando los comisionistas que suministraban pequeñas cantidades. Yo estudiaba a diario los precios mayoristas del aceite el azúcar, el café, el cacao, la harina, etc. 

Conseguimos la representación de vino de una bodega de La Rioja para Asturias, que embotellábamos y etiquetábamos en nuestro local.

 Mi amigo Vingolea era el otro socio que seguía la gestión más de cerca y que me apoyaba en la toma de decisiones, no me quiero extender, pero debo hacer notar que fabricábamos nuestro chocolate que nos costaba tan caro como el adquirido de la marca mas prestigiosa en Oviedo, el “Primitiva Indiana”, pero teníamos clientes que preferían el nuestro y en deferencia a ellos lo seguíamos fabricando, también tostábamos café que era el único que vendíamos. El secreto del café es que esté fresco, recién tostado, así que nosotros siempre vendíamos café recién tostado.

La política de la tienda era además de los precios económicos, la venta con atención correcta al cliente, pero sin alharacas, sin empalagar al cliente tomándonos confianzas innecesarias. A este comercio venían, a comprar con acémilas, personas que vivían en aldeas distantes. Como era de rigor teníamos argollas en la pared exterior de la tienda para que los clientes ataran los animales. Esa costumbre se va perdiendo. Donde quedan argollas los jóvenes no saben para que servían.

Introduciré aquí una anécdota que me llenó de desesperación y que aunque ocurrió muchos años mas tarde, la relato ahora porque, dice mucho de nuestro comercio, “La Comparativa”, y de la naturaleza humana. 

Después de la “Revolución del 34” hubo bastante problema social en Oviedo y Asturias en general, con personas detenidas y huidas. Al faltar los hombres jóvenes, muchas familias no tenían ingresos, el Gobierno Civil de Asturias dio a los necesitados vales, para ser canjeados por comida. En nuestra tienda, al ser económica, el primer día despachamos un gran porcentaje de las ventas pagadas con vales, pero al tercer día la Comparativa vendió ya el 80% de los vales canjeados en Oviedo.

Los comerciantes de Oviedo fueron a protestar al Gobierno Civil, que curiosamente prohibió a la Comparativa aceptar los vales. La realidad era que además de ser un comercio barato, allí se trataba igual al que pagaba con dinero que al que lo hacía con vales y en el resto del comercio, en general, se atendía antes a los clientes que llevaban dinero y se hacía hacer colas ignominiosas a los clientes de caridad. Aun cuando la caridad no la hiciera el comerciante si no el Gobierno.

Después de esa experiencia exitosa para ellos, por la cobardía del Gobernador Civil, un grupo de comerciantes de ultramarinos de Oviedo, decidieron defenderse contra la competencia de precios de la Comparativa, querían hacernos daño. Acordaron vender en cada comercio un artículo por debajo de los precios de la Comparativa. Para ello acordaron crear un “fondo común”, a costa del cual sería resarcido cada comerciante de sus pérdidas por vender su artículo por debajo del coste.

El acuerdo fracasó, ya que al parecer todos falseaban sus ventas, intentando que les pagasen más de lo que realmente habían perdido. Eso me contó Juan, que era el casero de la casa que alquilamos después de las elecciones del 36, cuando nos pareció peligroso vivir en la casa de Teatinos que habíamos adquirido. Esta casa al estar algo alejada del centro nos parecía que el camino resultaba peligroso desde la casa de Teatinos a nuestros trabajos.

Aquel clima de violencia era inaguantable. Esto rezaba particularmente para mis hijos que al ser jóvenes e ir vestidos formales, de corbata y sombrero, no usaban boina, los convertía en blanco de agresiones para las hordas de revoltosos que en su idioma se dedicaban a “la caza del señorito”. Ellos que trabajaban mas de 50 horas y estudiaban los domingos y cuando podían para progresar en sus estudios.

Me he adelantado al tiempo, pero volveré a comienzo de los años veinte y pasaré a contar una anécdota interesante, porque interviene un personaje histórico y creo que habla de una de sus facetas de personalidad.

El regimiento del Milán, como se denomina actualmente, estaba radicado en el convento de las Clarisas. El Milán usó a lo largo de su gloriosa historia muchos nombres no menos gloriosos, en esa fecha tenía de nombre El Regimiento del Príncipe y a él fue destinado Franco, que era el comandante más joven de España después de dos ascensos por méritos de guerra. A su llegada le encomiendan La Mayoría, es decir pasa responsabilizarse de la administración del cuartel.

Unos años antes, cuando yo llevaba unos años en la vida civil, unos dos años antes de la llegada de Franco, había cambiado el comandante de la mayoría. Ese comandante encargado de la Mayoría, anterior al “Comandante Franco”, vio que la contabilidad estaba atrasada al no haberse asentado las facturas desde mi retiro y venía a la Comparativa a pedirme que le pusiera al día la contabilidad, usaba como escusa de la visita comprar alguna fruslería, como por ejemplo medio kilo de sal, que al vivir de pensión regalaría, no sé, pero nunca llegó a sustanciar una oferta por el trabajo y por ello no hubo en qué ponerse de acuerdo. Esas visitas fueron relativamente frecuentes, pero no se sustanciaron en nada.

Cuando Franco se hizo cargo de la mayoría, vio que la contabilidad no estaba al día y preguntó quien había hecho los asientos hasta que dejaron de hacerse, en seguida se enteró que era yo y donde encontrarme. 

Se presentó en la tienda y me planteó claramente lo que quería y preguntó cuanto le iba a costar. Nos pusimos de acuerdo y así él evitó el riesgo de que un día inspeccionaran sus cuentas y le abrieran expediente. Este gran hombre, pequeñito como yo, nunca estuvo dispuesto a dar un traspié.

Anterior
Anterior

22. Mi aventura cubana. Intentando buscar un futuro mejor.

Siguiente
Siguiente

20. Los Bengoa.