14. La suerte me hizo conocer a Matilde.

Matilde Bengoa Ferrera, tomada de una foto familiar

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14. La suerte me hizo conocer a Matilde.

Matilde Bengoa Ferrera, tomada de una foto familiar

Os contaré algo que marcó mi vida, algo que truncó mis aspiraciones y me condujo por un sendero diferente del que me había fijado. La vida ya siguió por otros derroteros, no es un lamento, es constatar una realidad. Sí, creo que mi abuelo tenía razón en cuanto a mis suerte, debo pensar que todo lo que me ocurrió, “ocurrió para bien”.

Decía mi abuelo que algún desconocido poder conducía nuestros pasos a el que había de llegar o a lo que había de llegar, tal vez se refería a la Divina Providencia, que no recuerdo bien esa frase. Pero sigo esperando ese destino del que hablaba el bueno de mi abuelo Juan y aunque me da qué pensar no he sido capaz de desvelar el misterio, tal vez sean chaladuras de un viejo.

Una vez promovido a sargento, pasé a vivir fuera del cuartel, no volví a casa de mi padre, aunque él me lo propuso. Tomé una habitación en una pensión próxima y el la casa de enfrente había un taller de costura. En mis horas de estar en casa leía y otras veces me distraía observando a las jóvenes que cosían tras el balcón de enfrente, me llamó especialmente la atención una joven morena, que no levantaba la vista y no se daba por advertida de mi interés en ese balcón, otras miraban y se sonreían con disimulo.

Comencé a salir a paseo coincidiendo con el final de jornada del taller de costura. Andaba por la calle simulando hacerlo de un modo casual, sin dirigirles la palabra. Esa joven cada vez me parecía más bella y sentía gran ansiedad por conocerla, pero no sacaba fuerzas, no tenía costumbre de relacionarme con mujeres jóvenes y no encontraba el modo de acometerla, además ella ya era una mujer, algunas de sus compañeras eran apenas niñas vivarachas. Ella en general iba acompañada de alguna compañera y yo no reunía valor suficiente para acercarme, me acobardaba verla en compañía de las otras aprendizas que miraban y se reían por lo bajo.

Pero un día yendo distraído, me topé con ellas, me refiero a que choqué en el sentido literal, el grupo de aprendizas se había parado súbitamente, creo que alguna de ellas lo propició intencionadamente, ya en esas me dirigí directamente a ella y le dije: -Quisiera dar un paseo con usted-. Me contestó: -Pues yo no, habrase visto semejante atrevimiento-. Observé que hablaba con acento andaluz, a mi ya apenas se me notaba o eso creía yo.

Desde ese día asumí que no era bien visto por Matilde, que así se llamaba y no volví a prestarle atención, siempre pensé que en esta vida se debe respetar la voluntad de las demás personas mientras ese deseo no violente nuestra dignidad. La verdad que nunca me resultó fácil distinguir mi concepto de dignidad, del de amor propio o de la soberbia de la que siempre hui, pero ¿quien sabe?. Lo cierto es que borré de mi mente esa atracción que había sentido y no volví a prestar atención al balcón del taller, ni volví a hacerme el encontradizo.

Pasado un tiempo despreocupado de ese asunto y sin haber intentado llenar ese vacío, esa decepción, y no es que en casa de mi padre no me metieran por las narices a mi “tiastra” Clotilde, cuñada de mi padre, ligeramente más joven que yo. Ahora pienso que Clotilde tal vez fuera atractiva y me parecía que al principio estaba bien dispuesta, pero yo tenía un recuerdo doloroso de la convivencia en aquella casa y no estaba absolutamente receptivo a esas ofertas, sencillamente no la veía de ese modo, no ejercía sobre mí la más mínima atracción.

La cosa es que un día que volvía de casa de mi padre, ya un poco tarde, me di de bruces con Matilde, yo no sabía como se llamaba, pero sí que había sido el objeto de mis desvelos. Era de día, era junio y anochecía tarde, pero no era hora para ella de salir del taller, se encaró conmigo y me dijo: -¿Joaquín aun sigue en pie la oferta de dar un paseo conmigo?-. Sabía mi nombre, yo no se lo había dicho, yo no sabía nada de ella, bueno, sabía que trabajaba en el taller de enfrente de mi casa, que me gustaba, que tenía acento andaluz y con eso era suficiente, tal vez algunos pensarán que demasiado por las consecuencias que tuvo en mi vida.

Comenzamos a caminar, me dijo: -¿Supongo que tendrás algo que decirme?. Verás que es muy fácil acércate, vamos a caminar un poco juntos y me lo vas diciendo-.

Después de ese encuentro pasamos a pasear casi a diario, si mis obligaciones en el cuartel no me lo impedían la acompañaba hasta su casa. Paseábamos en solitario, Matilde evitaba la interferencia de sus amigas. En esos paseos nos fuimos conociendo y fui descubriendo aspectos de su vida que coincidían con algunos de la mía. Nuestro apellido, el de ambos, era vascongado, ella estaba encantada con eso, era de una de las familias que llegaron a Asturias a crear la industria armamentística en los primeros años del siglo XIX.

Matilde tenía muy a gala que su apellido era de uno de los tres dirigentes de la operación éxodo desde las provincias vascongadas y que su tatarabuelo tenía uno de los panteones más importantes en el cementerio de Trubia, yo me guardé muy mucho de contarle que mi apellido no tenía nada que ver con ese fenómeno migratorio, y menos al que yo creía que era mi origen, aun cuando también mi familia se había dedicado como la suya, entre otras actividades menos honorables, al trabajo del hierro.

Supe que era huérfana de padre, que también su padre se había ido a la Guerra de Cuba, que era maestro armero, subteniente, que había cogido fiebres tropicales y había fallecido, que la pensión de su madre era muy escasa, porque pese a las reclamaciones no le habían reconocido esa circunstancia de su muerte, que tenía cuatro hermanos menores que ella y que había abandonado sus estudios para aportar una ayuda económica a su casa y de paso aprender un oficio.

Me decía que la costura era mala para los ojos, pero que también lo eran los libros. -Así es que no perdí tanto al cambiar de actividad, pero me hubiera gustado ser maestra, gracias a que yo trabajo mi hermana Gene puede estudiar en La Escuela Normal y va a ser maestra-. Mostraba su añoranza por la pérdida de un futuro mejor, buscaba un consuelo a su situación. Desde el comienzo de tratarnos me encantaba su voz, también su dicción, que me recordaba a mi infancia en Andalucía.

Al margen de mi trabajo y mi cortejo me quedaba tiempo para dedicar al estudio, en ese tiempo oposité a la Escuela de Oficiales de Toledo y obtuve plaza. Yo estaba exultante y se lo conté a Matilde, me dijo:

-Joaquín, yo ya soy mayor para esperarte, así es que si te vas, te olvidas de mí-.

El jarro de agua fría fue tremendo, nunca fui expresivo, pero me quedé sin habla, me detuve, le dije: -Hasta mañana- y me fui sin más. No fui capaz de decir más, ella se quedó sorprendida cuando vio demudado mi color, helada ante mi reacción y supongo que me siguió con la mirada mientras me iba, pero no dijo nada. Me fui a la pensión apesadumbrado. Más adelante un día me confesó que en ese momento en que la abandoné pensó se había terminado nuestra relación. Pero no, no fue así, mi cariño por ella era muy grande y mi ansia de protegerla igual de grande. Esa fue la primera vez y no sería la última que Matilde frustraría mi carrera militar.

Pasada esta oportunidad decidí que no había razón para retrasar nuestro matrimonio, una vez que había renunciado a la Academia de Toledo yo tenía claro que era lo que deseaba, pero no me acababa de decidir a pedirle matrimonio. Una vez más Matilde, más madura y decidida me dio el asunto resuelto. Sólo era un año mayor que yo, pero creo que las mujeres son más resolutivas, María Pita no fue una excepción, pero hoy no toca hablar de este heroico personaje, cuya capacidad de liderazgo superaba a su heroísmo que era inconmensurable.

Volviendo a la decisión que me atribulaba. Una tarde paseando Matilde me dijo: -Ya va siendo hora que te agencies una escalera-. No entendí lo que me decía en mi asombro le pregunté: -¿Para que necesito una escalera?.

Matilde me dijo: -Creía que eras andaluz, pero veo que muy andaluz no es que seas-

Entablamos una conversación en la que yo no entendía nada, hasta que Matilde me dijo:

-No sabes que en Andalucía para pedir a la novia no se habla con los padres ¿Acaso no sabes que se la rapta? ¿Es que nunca viste en Málaga a nadie con una escalera por la calle? ¿No te explicaron que el caminante de la escalera lo que iba a hacer era a ponerla en la ventana de la novia y escaparse con ella?

Siguió la perorata y me dijo: -Joaquín siempre vas en el camino derecho y el humor y las costumbres influyen muy poco en lo que haces, me conformaré sencillamente que me digas que te quieres casar conmigo y a mi madre ya se lo diré yo.-.

Dado que yo pretendía tener influencia sobre mi hermano Paco yo seguía teniendo una relación frecuente con mi padre, que por esa fecha aun no se había trasladado a Madrid.

Más adelante Paco dejó Oviedo y se fue a Cuba, nuestro hermano Manuel le había enviado dinero para el pasaje. Mi padre entonces tomó la peor decisión de su vida, abandonó su destino en Oviedo, que para sí hubieran querido muchos de sus antiguos compañeros militares, dejándose engañar por los cantos de sirena. Su suegra lo convenció de que aceptara la oferta que le hacia un empresario, para que administrase sus negocios. Ella quería acercarse a sus familiares en Madrid y seguramente pensaba, así me lo dijo mi padre, que allí habría mas oportunidades para los cuñados de mi padre y para sus hijos menores, pero eso os lo contaré cuando lleguemos a rememorar sus últimos días que se desarrollaron en mi casa.

Cuando le dije a mi padre que me iba a casar y que me instalaría con mi suegra su reacción fue absolutamente negativa. Por un lado hizo lo imposible por desprestigiar a Matilde, diciéndome que las familias Domínguez y Bengoa se conocían, que Jacinto que así se llamaba el padre de Matilde, había sido un borracho y que esas cosas se llevaban en la sangre y no era un antecedente bueno para transmitir a los niños que vendrían. Me dijo:

-Tu sabes que nosotros tanto por mi lado como por el de tu madre somos gente sana, sin vicios, pero si estableces una alianza con la persona equivocada puedes terminar teniendo una familia desastrosa, ¿Sabes que Matilde es prima de los llobos? ¿Acaso no lo sabes?

Creo que mi padre presionado por su joven esposa, que seguía siendo lozana, pese a la maternidad, y lo hacía comer en su mano. Mi padre me decía que me equivocaba, que me fuera a la Academia de infantería. Mi madrastra no había perdido la esperanza de establecer otra alianza Echeverría-Domínguez, para lo que necesitaba que yo me tomara esa prorroga. Aunque en seguida me di cuenta de las inclinaciones de mi tiastra Clotilde, nada favorable al proyecto de su hermana. En resumen que descubrí que todos estaban de acuerdo de endosarme a Clotilde, menos la propia Clotilde.

Mi padre sí tenía razón en lo relativo a vivir con mi suegra, me decía que era un disparate, de eso él tenía experiencia y aunque tal vez su suegra no fuera tan egoísta como la madre de Matilde, de ella, de la madre de Matilde evitaré hablar demasiado, pero es inevitable referirme a ella en ocasiones porque fue omnipresente en mi vida.

Mi madrastra fue cambiando su conducta hacia mí, procurando ser simpática sobre todo desde que promocioné a sargento. Desde ese momento intentó aumentar nuestra relación, empleando a Paco, que se prestaba al juego con tal de compartir conmigo mas tiempo. Mientras ella me metía por los ojos a su hermana Clotilde.

Pese a la oposición de mi padre Matilde y yo nos casamos y aunque al principio nuestro matrimonio no se veía bendecido, después de dos años nuestros hijos fueron naciendo, llegué a tener tres niñas y cuatro chicos, la pequeña murió a causa de haber contraído una gripe que se dio en llamar la Gripe Española.

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