15. Los últimos días de mi padre.
15. Los últimos días de mi padre.
Esta nota es mía, de Joaquín Echeverría Alonso, Incluyo aquí lo publicado sobre el ascenso de mi bisabuelo Bernardo y cuando se fue a la guerra.
Años más tarde mi padre, su esposa e hijos comunes, los Echeverría Domínguez, mis hermanastros, vivían en Madrid. Él dejó su trabajo de “encargado general” de la Compañía de Tranvías de Oviedo y se fue a Madrid buscando un mejor futuro para él y sus hijos pequeños. El comienzo no debió ser demasiado boyante, su pérdida de estatus fue enorme, pero las cosas no pararon de empeorar, eso le contaba a Matilde en sus últimos días.
Al final de su vida en Madrid vivían en una portería, vamos, que eran los porteros de una finca, cobraban los alquileres y se ocupaban de que la propiedad funcionara, también mi padre hacía de acomodador en un cine, que era del mismo propietario que la casa. Esa era su situación hasta que se desplazó a Oviedo a mi casa, donde murió después de una estancia de tres meses; además en Madrid cultivaba pipas de girasol en una terraza, las secaba y salaba y las vendía. ¡Qué futuro halló! Pero bueno, cuando se fue a Madrid, en Oviedo, tenía en su casa a su suegra y cuñados y supongo que fue el modo de librarse de ellos.
El segundo hogar de mi padre había sido bendecido por Dios con una porción de hijos, llegaron a mayores cinco, y aunque la casa pasó apuros en Madrid, a última hora los mayores consiguieron pequeños ingresos al incorporarse al mundo laboral. Mi padre estaba muy mal de salud, su mujer se las veía y se las deseaba para atender la casa.
Mi padre nos escribía de vez en cuando, sobre todo al mayor, a mi hermano Manuel que era su paño de lágrimas, tenía más confianza con él y fue Manuel quien me pidió que invitara a mi padre a mi casa. Mi esposa, Matilde Bengoa Ferrera que era la persona más hospitalaria que conocí, lo acogió, pese a que tenía razones para no verlo con simpatía, pero lo acogió y allí estuvo cuidado de la forma más cariñosa que puede tener un anciano que va perdiendo facultades.
Creo que ya lo conté, pero hace poco hablé con mis hijos de esta estancia, porque quería recoger esta información y en una visita de unos días de Enrique, del que creo que es bastante ecuánime en sus recuerdos, me contó su recuerdo que en parte he recogido aquí.
Él había estado muy delicado y cuando llegó mi padre a casa, Enrique llevaba casi dos años convaleciente, sin salir de casa. La enfermedad que superó Enrique se había llevado por delante a María Teresa, la pequeña de la casa y nos creó un estado de ansiedad que nos llevó a sobreproteger a Enrique. La Gripe Española se le manifestó como unas fiebres meníngeas y temimos que perdiera las facultades mentales.
La estancia de mi padre con nosotros duró más de tres meses y solamente acabó con su muerte, mi padre se había sentido como un estorbo en su propia casa y encontró como solución recurrir al único hijo mayor que tenía en España, a mí, lo hizo usando a mi hermano Manuel como mensajero. Como os dije, hablé con mi esposa, comentamos la carta de Manuel, mi padre no se había atrevido a ser tan explícito conmigo en sus cartas, aunque se traslucía su incomodidad y angustia en su casa. Lo que iba a ser una estancia de 15 días, se convirtió en algo indefinido, sólo truncado por su muerte.
Supongo que en la casa de mi padre, en Madrid, con su ausencia y el menor coste que eso significó, el fumaba, bebía poco, pero fumaba y gastaba medicinas, tuvo que ser un alivio económico, ya que su paga la disfrutaban íntegramente ellos y nosotros nos hicimos cargo de todos sus gastos, no era un momento boyante en nuestra casa, pero Matilde era así. En resumen aunque yo trabajaba mucho por aquellas fechas, fue la temporada en que mas disfruté de mi padre, aquel hombre que tanto había admirado por su potencia física, su atractivo, su entusiasmo contagioso, él era recordado por mí cómo el máximo exponente de como yo hubiera querido ser, pero al hombre que pude ver y escuchar era un viejo que apenas pasaba los sesenta y cinco años, asmático y destrozado. Hoy al cabo de mis días pienso que el tabaco nos consume y aunque yo superé ampliamente esa edad también me noto disminuido por el tabaco del mismo modo.
Supongo que la venida a Oviedo, allá por el año 20, de mi padre habrá significado un alivio para su esposa, tanto en el tiempo que requería en cuidados y atenciones como en dinero que ya no se gastaba en él en aquella casa, hasta su muerte. Una vez fallecido, la reducción de la pensión, supongo, habrá sido notada en su casa, pero ignoro casi todo de esos mis parientes cercanos. Supongo que los alejó de nosotros la mala relación de mi mujer y mi madrastra. También habrán influido la brecha de las heridas de la guerra entre las personas que cayeron en distinto bando, pero mis hijos al acabar la guerra buscaron en Madrid a nuestros parientes para socorrerlos en lo posible y no recuerdo haber oído hablar de sus “tíos jóvenes”, tal vez me esté fallando la memoria. Tengo que preguntarle a Enrique que fue el que más tiempo les dedicó a los relativos que vivían en Madrid.
Es Curioso, ¿quién le iba a decir a mi padre que la mujer a la que había boicoteado, la prima de los llobos, la hija de un padre alcohólico, sería la que lo cuidó, “lo limpió”, y escuchó sus historietas, sus canciones -más o menos báquicas- y sus confesiones desvergonzadas, hasta la extinción de su vida?, fuera a ser su nuera Matilde. A la que él había desprestigiado hasta el límite de la calumnia, para que no se casara conmigo.
Recordaré un golpecito de su orgullo, de Matilde, ella decía: -Mi tatarabuelo que tiene una sepultura magnífica en Trubia, era uno de los tres directores de la creación de las Fábricas de Armas en Asturias-.
Cuento esto porque las personas más sencillas a veces tienen alguna manifestación de soberbia y de Matilde costaría creerlo a cualquiera que la haya conocido.
Aun cuando lo que voy a contar había ocurrido hacía unos años, es bueno no olvidarlo para entender las angustias por las que pasamos Matilde y yo.
Antes de casarnos yo estaba trabajando todo lo que podía. Hacía contabilidades que me contrataban y me llevaba a la pensión. En ocasiones, en los periodos de cierre de cuentas, dormía poco tirando a nada, hay una anécdota que refleja eso y el peligro en que me encontré.
Un día al acabar la guardia, al amanecer estaba muerto de sueño y disponía de unas horas para incorporarme a la Mayoría, la oficina administrativa del regimiento, en las cocinas teníamos unos arcones muy grandes para guardar el pan, decidí dormir un rato y me metí en una arcón a descansar, tapándolo para que no me molestara la luz. Cuando me desperté había anochecido, la sala estaba a oscuras, me despejé, en la cocina estaban comenzando, cebando los hogares y el sargento de cocina me dijo:
-Echeverría ¿De dónde vienes? Has faltado a dos listas y te iban a declarar prófugo, hay un escándalo muy grande, así que busca al capitán de semana para resolver el consejo de guerra que está a punto de caerte encima.
La cosa quedó en nada, porque cuando conté al capitán Cornejo el caso, lo comprendió y se echo tierra sobre el asunto.
Cuando nos casamos entre mis ahorros e ingresos y compartir gastos con mi suegra, llevábamos un no mal tirar, además a mi suegra como viuda de guerra le concedieron poner un quiosco en la Escandalera. Esa era la plaza que ocupaba el espacio del antiguo mercado de la escanda, único cereal panificable que se producía en Asturias. La dificultad estaba en la primera inversión que aunque hoy parecería mínima era un obstáculo insalvable. Pero recurrí a mi hermano Manuel, que me prestó un dinero y mi suegra puso el quiosco y empezó a tener unos ingresos extras que nos permitían bandearnos.
Enseguida Gene sacó en propiedad la plaza de Maestra Nacional, Gene era mi cuñada que vivía con nosotros y esos ingresos nos permitían vivir mejor. Pero entonces mi suegra decidió que ya no le convenía la convivencia y tuvimos que buscar una vivienda para nosotros. Ya teníamos cuatro hijos y nuestros ahorros habían sido consumidos para sacar a delante a mis cuñados.
Estábamos muy apurados económicamente, mis hijos generaban cada día más gastos y mis ingresos como brigada no eran suficientes para atender debidamente a la familia. Así que le planteé a Matilde pedir un destino en África, que me franqueaba el ascenso a teniente, yo entonces ya era brigada. De nuevo Matilde impone su voluntad, no admite esa separación y yo busco soluciones, tuve que incrementar mi trabajo de contable en horas libres. En el cuartel había abandonado los trabajos con la tropa y me dedicaba a la Mayoría, de modo que mi trabajo principal en el cuartel pasó a ser el de un contable, aunque claro, seguía haciendo guardias y yendo al cuartel de uniforme, que por cierto era la forma más económica de vestirme decentemente, como me gustaba presentarme.
A temporadas restaba horas al sueño para acabar en fecha las contabilidades que me encargaban, en esas ocasiones, tomé mucho café para no dormirme, mientras hacía los apuntes Matilde me leía novelas y me daba café, como queda dicho. ¡Que bien leía! ¡Que voz más clara! Cómo la echo de menos!. Mis hijos saben que Matilde era una persona de pocas letras, pero qué bien tenía aprendidas las cosas elementales, leía maravillosamente.