12 El reencuentro con mi padre.

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12 El reencuentro con mi padre.

Inauguración del "ramal de la Cañada", primera línea de tranvías de sangre en Santiago de Chile, 10 de junio de 1858. Obtenido en EducarChile

A su vuelta de la Guerra de Cuba, mi padre se retiró de la Milicia, tenía un retiro con una paga decente y se venía de encargado general de la compañía de tranvías de Oviedo, lo que le proporcionaba la oportunidad de una vida confortable. Pero ese confort que hubiéramos podido disfrutar en la casa unos pocos, era imposible compartiendo el techo tantas personas.

Mi padre visitó las Luiñas, disfrutó de la visita a sus padres y hermanos y demás conocidos, se trajo con él sólo a su nueva esposa, para que la conocieran, se dejó en Oviedo a su suegra y a toda la patulea. Me pareció que se pavoneaba delante de sus hermanos de una hembra tan joven y lozana, tal vez sea injusto y esa visión sólo era fruto de mi pesimismo y mi preocupación con el cambio que llegaba a mi vida. Paco estaba ilusionado y expectante, al fin y al cabo era un niño y la vuelta de su padre supongo que lo hacía sentirse protegido, de un modo que yo no hubiera podido emular.

Al llegar a Oviedo constaté que en la casa viviríamos, además de nosotros cuatro: mi padre, mi madrastra, Paco y yo, también la suegra de mi padre y los 4 niños vocingleros que eran los cuñados de mi padre. He de decir que había una jovencita poco menor que yo que al principio me ponía caritas, pero nunca la soporté, yo nunca hubiera admitido ningún tipo de relación que no fuera la puramente familiar bajo el mismo techo.

Los que me conocéis sabéis que ni soy expresivo, ni adopto medias tintas. Manifesté mi desacuerdo desde el principio, lo que no impidió que en seguida me encontrara cuidando niños sin ganas, yo no estaba dispuesto a poner cara de aceptar la situación, pero como dicen “a la fuerza ahorcan”.

Junio llegó y mis notas, cuarto de bachillerato, fueron catastróficas, no es que antes mis notas, viniendo a Oviedo a examinarme desde Oviñana, hubieran sido brillantes, pero me produjo una sensación de congoja insoportable al recogerlas y constatar los resultados que decidí no afrontar la reprimenda, me presenté en el cuartel del Milán y senté plaza.

Como decía, la situación se había hecho insoportable, acostumbrado a mi independencia e intimidad la vida se me hizo imposible, me vi haciéndome cargo de los niños, Paco ya tenía once años y yo quince, pero las tareas auxiliares me caían a mí, no aguantaba ni a mi madrastra ni a su madre y mis estudios se me hacían imposibles, perdía clases y no veía luz al final del agujero en que se había convertido mi vida.

La presencia de tantos extraños, así los sentía yo, dificultaba mi acercamiento a mi padre, que tenía bastante con su trabajo y la resolución de los problemas diarios de la casa, además necesitaba dar prioridad a su trabajo, que no debía de ser fácil. Ahora supongo que reservaba sus energías para mi madrastra, en la que se volcaba intentando tenerla satisfecha. Además enseguida se manifestó el embarazo, las nauseas y los caprichos de la jovencita que era, requiriendo la atención de mi padre y sus quejas de nosotros, sobre todo de mí.

Por si era poco, además estaba la injerencia de la suegra de mi padre y la pretensión de ejercer autoridad, que yo era incapaz de admitir. Mi madrastra era apenas unos años mayor que yo, y su madre una extraña para mí, yo no entendía que pintaba toda aquella gente en mi casa. En resumen, mi marcha supuso para la casa perder una ayuda con los niños, pero supongo que supuso mucha paz para mi padre, que ya sólo tenía que escuchar las críticas de su mujer acerca de mi egoísmo al abandonarlos ahora que me hacía mayor y podría haber contribuido al sustento de la casa.

Pasados los años, por primera vez tengo que admitir que no se lo puse fácil a mi padre, pero creo que tampoco ellos fueron comprensivos con la situación en que me pusieron a mi. Admito que fui incapaz de encariñarme con ninguno de ellos, incluso ni con mi padre restablecí mi amor filial, de hecho cuando viejo me pidió venir a vivir a mi casa a Oviedo, yo le hubiera dicho que no, pero Matilde me dijo:

-Es tu padre y siempre tendrá un sitio en mi casa y un cubierto en la mesa.

Que en aquella fecha yo ya hubiera cumplido 15 años fue providencial porque me permitió no posponer la salida de casa. Supongo que mi padre con sus influencias podría haber revertido mi enrolamiento en el cuartel, pero en el fondo, a lo mejor, lo interpretó como la mejor solución, y aunque supongo sufrió presiones de su esposa, que preferiría tenerme de niñera, él, mi padre debió pensar que me debía dar la libertad porque me conocía y había comprendido que iba ser muy difícil sacar algo bueno de mí de mala gana.

Paco continuó en casa de mi padre hasta los dieciséis años. Edad con la que se fue a Cuba, donde pasó a estar bajo la protección de su hermano Manuel. ¡Pobre Manuel, le llegaron los quebraderos de cabeza!

Yo vivía en el cuartel y veía a Paco de vez en cuando en mis horas de paseo, pero él era persona despreocupada y aunque a veces se quejaba, incluso de la violencia de mi padre, él podía con todo y era imposible sacar de él nada que no quisiera dar, así es que llegaron a un statu quo y su vida siguió sin demasiadas complicaciones, e incluso sus estudios progresaron lo que fue tan importante para su futuro.

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