11. La Guerra de Cuba y la vuelta de Bernardo, mi padre.

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11. La Guerra de Cuba y la vuelta de Bernardo.

Como os conté, mi padre, Bernardo Echeverría García del Busto, cansado de su peregrinar por la costa andaluza y ante la ocasión de hacer carrera y librarse de una vida rutinaria y tal vez de algún compromiso, decidió pedir destino en la isla de Cuba, donde en esa fecha ya estaban en guerra declarada.

Pensó que aquella no era vida y que sus perseguidores terminarían involucrándolo en algo sucio, lo mejor para él era embarcarse a la Guerra de Cuba y mandar a sus hijos pequeños a la tierra de sus mayores. Como ya relaté, escribió a su familia y contrató habitación para mi y para Paco en la casa del maestro de Oviñana, en la plana occidental de Las Luiñas.

Como es sabido, la guerra de Cuba acabó cuando EEUU decidió intervenir y destruyó la flota naval española. España perdió los territorios de Cuba, Puerto Rico, las islas Filipinas y las islas Marianas que pasaron a estar bajo tutela americana. La flota de EEUU tenía los cascos de acero, nuestros barcos eran anticuados, de madera.

En lo que afecta a nuestros parientes por el tratado de paz, llamado “Tratado de París”, en los territorios perdidos por España se respetaban las propiedades tal y como estaban registradas por el Reino de las Españas. Los españoles residentes en las islas podían continuar en ellas, incluidos los soldados pertenecientes al Ejército Español. Mi padre decidió volver a la península y mi hermano Manuel abandonó el ejército y se quedó en Cuba a intentar hacer fortuna, como habían hecho tantos.

Como os decía, mi padre durante su periodo de guerra, fue jefe de una guarnición, en el distrito de Cienfuegos, donde sus tropas estaban relativamente aisladas y por ello tenía bastante autonomía. Su grado era teniente y había construido un fortín de madera, para defenderse de los mambises, como se llamaba a los rebeldes.

El viaje de retorno a la Península fue alegre, pese a la derrota. Eso creo ese dicho: “más se perdió en Cuba y volvieron cantando”.

En el barco se creó un ambiente de camaradería entre los repatriados. Mi padre tenía unos cuarenta años. Lo estoy recordando, con su buena planta, alegre, atezado por la vida al aire libre, pero no arrugado todavía. Creo que tenía una personalidad arrolladora. Su alegría por la vuelta a la Península era enorme. Había decidido por fin volver a su añorada Asturias. Además, volvía con una posición social que no había soñado, era teniente y al ser viudo, supongo que era apreciado como un buen partido. También creo que al liberarse de su hijo Andrés, persona sensata y seria, él también podía dar rienda suelta al Echeverría que vivía en su interior.

Mi padre traía un destino en la vida civil, volvía colocado. Eso pese a lo que se dice: “Los veteranos cuando vuelven de las guerras, vuelven sin futuro y que se desconfía de ellos, que son temidos por la sociedades que los acogen, por su rebeldía, que los que han visto la muerte y vivido las miserias pierden el respeto a la seguridad y se convierten en personas difíciles de asimilar por la sociedad de origen”, pero él volvía con un buen destino.

En el barco viajaba una viuda, con sus hijos. Su esposo había sido maestro armero y aunque había fallecido de las fiebres tropicales no quedó adecuadamente protegida.

Me contó mi padre al poco de llegar, para que yo entendiera la situación, que en el certificado médico ponía: “fallecido de muerte natural”.

En Cuba o en Filipinas, en aquellos tiempos, las fiebres tropicales mataban multitud de peninsulares. El Gobierno Español había reaccionado, creando una pensión especial para los deudos de los funcionarios fallecidos por este mal.

Decía mi padre que desde que se creó esa pensión todos los médicos y enfermeros muertos en Cuba o Puerto Rico, después de esa disposición, aunque la muerte hubiera sido por causa de la caída desde una mula, consiguieron la pensión especial. Pero, como si se hubieran puesto de acuerdo, los médicos restringieron la certificación de muerte por fiebre tropical para el resto de los funcionarios, salvo que se tratara de un miembro de una familia influyente. Este no era el caso de la familia de esta viuda, la viuda de Domínguez, él era maestro armero. La cosa es que la posición de la viuda era apuradísima, con una pensión muy escasa. Ella estaba decidida a explotar cada una de las cartas que le había dado la vida, yo la recuerdo como una mujer mayor, aunque no era mayor que mi padre.

Años después me contó el teniente Álvarez, que mi padre frecuentó a la viuda y a sus hijos en el barco. Ella también se dirigía a Asturias. Más adelante os hablaré de este amigo de mi padre, que siguió en activo en la milicia y fue destinado a la guerra de África donde no dejó de tener un cierto protagonismo, eso lo contaré más adelante.

No sé si la viuda veía su relación con mi padre como una oportunidad para ella, o como la de casar a su hija mayor y librarse de una boca a la que alimentar. Creo que Bernardo sólo veía a la hija mayor de la viuda, con la gracia y la frescura de una mujer de 19 años. Además también debo deciros que mi madrasta era una mujer agraciada, vamos, que no estaba nada mal. El fuego que prendió en mi padre por la huérfana, fue tal que llegaron a la península casados. Ya sabéis que los capitanes de los barcos tienen atribuciones para oficiar matrimonios. Pero mi padre me aseguró que los había casado un sacerdote que iba en el barco.

Mis hermanos pequeños se apellidan Echeverría Domínguez, me estoy adelantando, este segundo matrimonio de mi padre tuvo cinco hijos, hace años que he perdido el contacto con ellos.

Supongo que en un momento u otro vosotros mis descendientes os encontrareis con ellos. Yo no los traté, algunos son algo mayores que mis hijos, pero tienen una edad parecida y desde el año 20 en que muere mi padre en mi casa, ya apenas tuvimos noticias de ellos, que vivían en Madrid. No es que Madrid sea otro mundo, mantuvimos relación con madrileños de la familia de mi mujer, los Bengoa, mi madrastra no mantuvo la relación con nosotros, en cuanto se murió mi padre ya no necesitó su fe de vida para cobrar su sueldo, pasó a ser ella la pensionista y no nos necesitó, pero de esa estancia de mi padre en mi casa ya he hecho relación.

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