2. Carta con el encargo que me hace mi padre de divulgar la crónica de la familia.
2. Carta con el encargo que me hace mi padre de divulgar la crónica de la familia.
Querido Joaquín: mi vida se acaba, sabes que desde hace tiempo se me hincha el brazo derecho, nunca lo relacioné con nada concreto, soporté bastante bien el dolor sin darle mayor importancia, suponía que el retorno de la linfa estaba limitado por algún problema en los ganglios, pero sabes que nunca me interesó mucho la medicina y que tampoco me gustó visitar médicos. También recordarás que siempre dije que el dolor no tenía demasiada importancia, que sólo era una sensación, un aviso que nos da nuestro organismo para que nos cuidemos.
Durante mi estancia en Madrid cuidando a tus niños mientras tú y Ana estabais en Pittsburgh, se me agudizó un poco la molestia. De hecho en una visita a Chinchón en el que íbamos en vuestra furgoneta, tu mujer ya había vuelto; íbamos Ana tu esposa, tus niños, tu hermana Adelaida y yo, el dolor se hizo tan insoportable que le pedí a Ana, tu esposa, que nos llevara de vuelta a casa. Cuando apoyo el brazo en determinadas posturas se me quita el dolor, pero aunque sabes que siempre resistí bien el dolor, ese día tenía verdadera necesidad de tener un punto de apoyo para el brazo.
Te cuento estas cosas para que sepas, o entiendas, cual es el mal que me aqueja. En el último mes empecé a tener molestias en el pecho, pensé que tenía un catarro y me convencieron tus hermanas de que fuera al médico, fuimos a la calle de la Lila, que es donde está el ambulatorio que nos corresponde en la Ciudad de Oviedo. La médico me mandó unas pruebas y a la vista de la radiografía de pulmón, me envió al Instituto de la Silicosis, sabes que es un lugar muy competente en materia de pulmones.
Como curiosidad te diré que el médico que me estaba atendiendo salió un momento de la consulta dejándome solo y se dirigió a tu hermana Maru, que me había acompañado, para comentarle lo que había descubierto. Maru le dijo que hablara conmigo. El médico volvió y me informó que tenía el pulmón invadido de pequeños tumores y que podrían tratarme para retrasar el crecimiento tumoral.
Vi claramente que el médico no me hablaba de curación, me dijo que podría retrasar mi muerte. Le pregunté de qué plazo estábamos hablando y él me dijo que de no hacer nada me quedaban días y caso de darme un tratamiento quizá meses.
Tú me conoces y sabes que yo ya tengo la paz necesaria para afrontar el tránsito, la tengo hace mucho tiempo y sabes que no necesito una prorroga en “este partido”. Así que le dije que prefería asumir mi situación. Prefiero no dar quehacer y entregar mi alma sin mendigar, ni ser sometido a un estado calamitoso que mermaría mi dignidad y para mentalizarme y encomendar mi alma con una hora era bastante.
Ha pasado una semana desde la visita al Instituto de la Silicosis, ya estoy en condiciones de esperar la “muerte cuando llegue” como “reza” el himno oficioso de la Legión . Sabes que no tengo miedo y que con ocasión de la Guerra, habiendo sido declarado inválido por mis heridas de metralla en el cráneo, que fueron ocasionadas por aquella malhadada granada, una vez restablecido de las heridas de bala de la misma “acción” fui al frente a buscarla, haciendo una labor útil.
También sabes que en mis últimos días de guerra, de nuevo en el frente, hice de avanzadilla del batallón que mandaba mi hermano Pablo, asumiendo el riesgo para evitar la muerte de otros. No en balde fui, hasta que me declararon inválido, oficial de la Legión y la canción que no es el himno oficial, pero que era la preferida de los legionarios habla de estrechar a la muerte, “la estreche con brazo fuerte”.
En aquella ocasión quiso Dios que no la hallara y que el batallón de Pablo encontrara muy poca resistencia avanzando sobre Barcelona y aquí estoy, aquí estás tú, y otros a los que no quiero menos que a ti, pero a los que no voy a encomendar esta misión.
Nota: aquí se refiere a que cuando se sentía restablecido de las heridas se incorporó al frente, por libre, lo habían declarado inválido, uno de sus hermanos que era oficial provisional en ese momento mandaba un batallón y con él avanzó desde el Ebro hacia Barcelona.
Pero ya está bien de hablar de mí y ahora voy a lo que motiva esta carta. Después de la muerte del Patriarca, más bien en los últimos momentos, le entregó a mi hermano Manolo una crónica de nuestra familia que tu abuelo fue elaborando en los últimos años de su vida, en ella recoge algunas cartas de las que nos enviamos durante la Guerra Civil y alguna más que él consideró interesante. También recoge los recuerdos de su vida, desde su infancia, de su madre a la que tanto admiraba, de su padre, se llamaba Bernardo, con el que tenía una relación con altibajos, parecida a la que tienes tú conmigo y también y no menos importante, sus conversaciones con su abuelo Juan Echeverría Uranga.
NOTA. Mi padre no me lo dice, pero sé que aparte del dolor que sintió por la muerte de su hermano al que quería mucho y que además representaba mucho para llenar su vacío de tiempo en su jubilación y más dado que mi madre no estaba en condiciones de ser una compañía divertida.
También sé que mi padre sintió una gran pena por la pérdida que supuso la muerte de mi tío Manolo, no se pudo despedir de él después de que le dio un infarto, lo intentó, pero no le dieron cita para visitarlo y mi tío Manolo se murió antes de conseguir verlo.
Manolo se murió de improviso, al poco de jubilarse, un infarto que no se esperaba, fue para mí una gran pérdida porque yo me iba a jubilar enseguida y pensaba compartir con él mucho de mi tiempo, nuestros recuerdos lo eran todo para nosotros, lo teníamos muy pensado. Pero llegó su muerte y yo perdí su compañía. Él entre otras cosas no cumplió la misión de terminar esa crónica y transmitirla a las nuevas generaciones.
Manolo me había hablado de la existencia de los escritos del Patriarca y yo me interesé por ellos, me fueron entregados por su hijo, mi sobrino mayor, pero en estos 15 años no encontré momento de dedicarle más que ratos perdidos y considerando que aun no estaba terminada la labor de editarla, tampoco yo cumplí la misión de transmitirla.
Ahora viene la misión que te encomiendo, no te preocupes, esta no entraña riesgo para tu integridad física. Te encomiendo que la trabajes la edites y la transmitas a los nuestros, creo que en ella hay mucho de ejemplar y algunas miserias humanas que todos tuvimos y que todos sufrimos, e hicimos sufrir a otros, pero esas es mejor olvidarlas.
NOTA. En cuanto a los riesgos físicos a los que se refiere mi padre, los he tratado a lo largo de estos años en cartas que le dirigí después de su muerte, esto está recogido en el anexo II con el título “La neutralización del loco “ y alguno más. Como el hecho recogido en ese anexo I que titule en su día: “El salvamento de la pelota”. Vuelvo a lo escrito por mi padre.
Verás que mi pobre padre sufrió, como todos los padres, que pese a pensar que sus hijos y nietos eran gente decente no siempre estaba de acuerdo con nuestras decisiones y a veces se llevaba unos “disgustos de no te menees”. En eso también tú fuiste un campeón, ¡Cuántas esperanzas puestas en ti! y que pocos resultados de los esperados. Pero tal vez tú con tu personalidad contradictoria no eres la persona adecuada para seguir directrices que condicionen tu vida y ello tal vez te honre.
Como verás en lo escrito por el Patriarca, sabes de sobra que después de la Guerra allá por el año 50 nos referimos a él llamándolo así. Supongo que a él no le hacía demasiada gracia, nosotros veíamos en eso una referencia bíblica y sin embargo leyendo lo que dejó escrito, cuando habla de su abuelo, Juan Echeverría Uranga, creo que mi padre veía en esa denominación una referencia a su familia, a los patriarcas gitanos a los que no admiraba.
En lo que dejó escrito podrás ver qué él consideraba que los nombres creaban carácter, en las personas que eran bautizados con ellos. También tu tía Matilde consideraba que los nombres creaban carácter y que en las familias los que llevaban el mismo nombre tenían puntos en común, incluso de su físico. También observo al leer al Patriarca que él consideraba que el nombre de Joaquín asociado con el apellido Echeverría era una fuente de conflictos para el padre imprudente que se le había ocurrido poner ese nombre a su hijo. También es cierto que no me lo advirtió, pero te advierto que de haberlo hecho me hubiera dado lo mismo, yo quería tener un hijo con su nombre, sabes lo mucho que lo admiro.
Meto aquí otra NOTA. Sé que Matilde opinaba que los que llevábamos en nombre: “Joaquín” de la familia, particularmente a partir de mí teníamos cierto parecido tanto en lo físico como en carácter, creo que incluía en ese paquete a mis sobrinos segundos de ese nombre. Para ella eso era un piropo bastante grande, un día en que yo estaba viendo la televisión en su casa y apareció en pantalla el campeón de rally de ese año me dijo:
-Mira Joaquín, ese hombre sobrino de mi amiga…, no recuerdo el nombre. Yo le dije estará orgullosa tu amiga del éxito de su sobrino.
Me dijo: -“Joaquín, ella estaría orgullosa si tuviera un sobrino como tú, como mis sobrinos”.
Y ahí acabó esa conversación. Este asunto está más desarrollado en un anexo que dedico a mi tía Matilde. Vuelvo a darle la palabra a mi padre.
Nunca me había parado a pensar en eso y creo que el Patriarca tenía razón. Pero también creo que ese nombre y ese apellido juntos tiene ciertas ventajas en determinadas circunstancias. Por ejemplo esa capacidad de terminar lo que se empezó, y este es el caso de la crónica comenzada por tu abuelo, no le presté demasiada atención y sospecho que parte de la redacción no es de mi padre, sino de mi hermano Manolo.
Dado que me encomendé seguir con la labor de él y me aburrí enseguida, ni él ni yo conseguimos llevar el proyecto a buen puerto. Te encomiendo a ti, y sé que lo harás, lo hagas llegar al resto de la familia.
Vuelvo a meter un inciso. NOTA. Creo que mi padre se refiere a la capacidad de mi tío Juaco de resolver situaciones, como cuando hubo que sacar de Oviedo a mi abuelo herido e inválido y a mi abuela desconsolada y acongojada por la situación de su marido. Juaco se empeña y lo consigue, cambiando de coche, haciendo etapas y montando turnos de soldados que los van custodiando hasta Navia. Esto lo encontré en las cartas donde se detalla bastante bien esa operación rescate. Se describe en la carta: “ Oviedo 20 de Marzo de 1937”.
Tú en más de una ocasión me pediste que escribiera los recuerdos que tenía y las cosas que sabía. Ya sabes que no lo hice, nunca tuve interés en hacerlo, no me importó contar las historias que conocía y transmitirlas, pero no consideré que fuera mi obligación dejarlo constante por escrito.
Yo no sé si deben quedar escritas estas cosas, ni si es conveniente que la crónica escrita por el Patriarca vea la luz y llegue a sus nietos y bisnietos. Pero como era su deseo y todos sus hijos lo veneramos, respeto su deseo y te encomiendo esta misión.
Sé que eres la persona indicada y que por indiscreto e imprudente, no tendrás reparo en sacar adelante ese proyecto.
Una vez hecho el encargo, creo que tenemos que dejar atrás nuestras cuentas y que conozcas mis recuerdos de nuestra relación, los que las más de las veces me llenaron de contrariedades y de vez en cuando me diste alguna satisfacción e incluso motivo de orgullo.
Como aquel día que con una crecida enorme del Sella en el deshielo, te dije que te tiraras al río para recuperar aquella pelota, no lo dudaste, Juan parecía mucho más indicado por su corpulencia y su salud a prueba de bombas, los dos estabais allí y te elegí a ti, sabía que tú lo harías de inmediato, pese a que eres friolero y sabías del riesgo que corrías.
O cuando te encomendé neutralizar la agresividad de aquel loco cuyo nombre no merece la pena ser recordado. Pronto estará olvidado y nadie querrá hablar de él, bastante lata dio y que gran sufrimiento provocó a su familia esa persona que había sido tan bien dotada por la naturaleza, qué pena. También es cierto que en esta ocasión en mi desconfianza por tus capacidades físicas te pedí que fueras acompañado por Juan en toda ocasión, el con sus 13 años, casi dos menos que tú, era mucho más competente que tú en la pelea, pero si había que iniciarla, más bien provocarla, esa era tu misión.
Aunque tú no me las has comentado, tuve noticia por el conserje del instituto, Armando, de otras peripecias en las que tuviste protagonismo, pero no es caso de extenderse en este asunto, al conocerlas me fui convenciendo de que eras la persona indicada para misiones si llegaba el caso, afortunadamente no llegó ninguna otra ocasión de ponerte a prueba. Tal vez se te reservaba un destino en el que tú no eres más que un transmisor, alguien cuya misión sólo era darle el relevo a otro mejor que tú.
NOTA. Creo que se refiere a los que incluyo en el anexo IV como “La exigencia excesiva” con los apartados “La pelea con D. Horacio” o “El encontronazo con Cativo”. Para relatar estas situaciones en las que me metí, supongo que influido por la presión a que me sometía mi padre, las exigencias de defender la propia dignidad, usando frases como la del rey Felipe “por mejores los mandé yo” con motivo de una batalla que había salido nivelada y el rey preguntaba por cómo se habían portado los castellanos, no le gustó la respuesta y eso fue lo que dijo. Que tu padre te aplique esa frase obliga mucho, como la de “nobleza obliga “. Para aclarar esto aprovecho unas notas que había escrito mi hermano Juan para hacer mi necrología, estoy seguro que pensaba que me quedaba poca vida y como soy fisgón las encontré en un cajón y las aprovecho aquí. Sigue mi padre.
Llegado a este punto, no tengo más remedio que decirte, recordarte, que hay que apoyar a todos, a los nuestros y a los que nos sean encomendados, hay que apoyarlos para que refuercen los talentos que Dios les dio. Porque todos somos aprovechables y de no cuidarnos a nosotros mismos, lo que hagamos no sirve para nada. Tenemos muchos ejemplos de cómo el apoyo paterno saca a delante casos que parecían desesperados, y también de genios, verdaderos genios, malogrados de forma lamentable, qué pena.
En los comentarios que encontrarás en la Crónica, los que hicieron entre tu abuelo y tu tío, mío no encontraras casi nada, pero aunque no esté diferenciado en el texto lo identificarás a la primera. Verás cuánto talento se desaprovechó y lo bien que resultó gente que hubiera sido desechada por el sistema hoy en día. Hoy el que a los 17 años no haya rendido lo necesario ya no podrá elegir la carrera universitaria que quiera estudiar y se perderán muchos talentos que hubieran podido contribuir a un gran bienestar de ellos mismos, incluso diría en algún caso de la humanidad. Entre tus primos hay de todo.
NOTA Mi padre vuelve a insistir en la necesidad de cuidar a los jóvenes para que se desarrollen y sean útiles a la sociedad y a ellas mismas. Él creía que muchas personas desechadas por el sistema podrían haber tenido una vida más cómoda y feliz, al poder dedicarse a profesiones para las que tenían predisposición. Ese estado compatible con sus inclinaciones los hubiera hecho más útiles para la sociedad. En resumen, nosotros individualmente no podemos cambiar la Sociedad, pero sí podemos ayudar a cambiar a las personas que nos rodean, y así ellos podrán aprovechar las oportunidades.
En las cartas que incluye el abuelo se ve como en las que corresponden a Enrique, mi padre, se pasa el tiempo recomendando a los demás que estudien, enviándoles problemas para resolver y pendiente en todo caso de su formación académica. Vuelvo a la carta de mi padre.
Joaquín, comenzaré por decirte como llegaste a casa al comienzo de 1950, cuando yo estaba opositando y saqué mi primera plaza de funcionario, de profesor de matemáticas por oposición. Dicen que los niños vienen con una barra de pan debajo del brazo. En tu caso fue así, y hubiera funcionado divinamente si no se me hubiera cruzado una oportunidad de volver a vivir en Asturias y ese “canto de sirena” hubiera puesto nuestra vida en una situación bastante precaria.
Cuando después de haber participado en cuatro concursos, llegué a casa había pasado un mes desde tu nacimiento, había hablado con tu madre por teléfono y sabía que tu tía Tilde estaba cuidándola, además de la parturienta y el bebé había que ocuparse de tu hermana Maru y de Enrique que era de “echarle de comer aparte”.
NOTA. Al final de la crónica incluyo unas notas sobre mi hermano Enrique por sus méritos y por ser un ejemplo de nuestra educación inadecuada en algunos aspectos, lo he llamado “La exigencia excesiva”. Está en el anexo III. Vuelvo a la carta.
No te debe preocupar que el descubrimiento de tu nacimiento, cuando estaba próximo, lo anunciara un veterinario, sé que no te acompleja, pero fue así, yo cogí un “expreso” dirección Madrid para opositar. Apolinar que era muy amigo nuestro y además su hijo pequeño, Antonín, muy amigo de tu hermano Enrique. Luego Carmela, una de los catorce hijos de ese mi amigo se enamoró de ti y pese a sus ocho años, emocionada, cuidándote, llegó a morderte, cosa que no tomaste nada bien, siempre fuiste algo quejica, ya desde bebé. Total unos dientes marcados en un carrillo no son nada frente a nuestras heridas de guerra.
NOTA: Enrique y Antonín merecen mención aparte por su conducta asocial, pero además del “hecho vergonzoso” de esa conducta incívica, mi padre cayó en el enorme defecto de contarnos algo que se tenía que haber olvidado. La historia bélica de Antonín Apolinar y Enrique la recojo en el anexo V.
Te decía que Apolinar, una vez salido el tren de la estación de Montoro, dijo:
-Maruja te vas a poner de parto, tienes los rosetones en los carrillos propios de la circunstancia-.
Joaquín, te advierto que eso no lo sabía por veterinario, si no por padre de numerosísima familia. Así que estate que tranquilo, si tus hermanos se quieren burlar de ti habrá otros muchos motivos, pero no éste. En cualquier caso fue discreto y no dijo nada hasta que había partido el tren, para no meter más nervios en mi espíritu de viajero ilusionado con la esperanza de ganar una oposición a profesor de matemáticas numerario como así resultó, también me iba nostálgico ante la perspectiva de vivir sin mi familia por más de un mes.
No me resisto a decirte que allí, en Montoro, me sentí muy querido, tanto por los amigos que nos encontramos, por la consideración con que nos trataron, cómo sólo en Coaña me había sentido, claro qué en Coaña mi salud estaba tan deteriorada que no era capaz de tener el descanso ni la paz que me proporcionaban los amigos de Montoro. En Cangas fue diferente, con el tiempo me sentí muy querido por todo el mundo, pero amigos íntimos sólo tuvimos a Fernando y a Teté Mori, que desgraciadamente se marcharon muy pronto de Cangas Onís, esa fue una gran pérdida para tu madre. Después de su partida ya no volvimos a tener verdadera vida social como matrimonio con personas de Cangas de Onís. En el instituto era visitado por amigos, pero ya era una relación personal, sólo mía, no eran relaciones de nuestro matrimonio. Tengo que decirte que tu madre pagó caro el ostracismo que sintió en Cangas de Onís.
Yo durante ese tiempo de mi ausencia a tu nacimiento tenía por delante un maratón de oposiciones, desde el comienzo de la Guerra hasta el año 50 se habían convocado sólo unas cuarenta plazas de profesor de Matemáticas y habían terminado la carrera bastantes cientos de licenciados en Ciencias Exactas, por ello había una gran dificultad para obtener una de las plazas. Eso se complicaba por que ganaban oposiciones profesores que ya tenían una en propiedad y había pluriempleo incluso con profesores que lo eran en ciudades distantes, además había “coaliciones” que colocaban en los tribunales a miembros con favoritismos muy efectivos, creo que los próximos a la protección de la “Iglesia” y curiosamente muchos salidos en esas promociones de la Universidad de Zaragoza.
Pasado el año 60 empezaron a convocarse plazas y plazas y tuvieron que terminar cubriendo las oposiciones de matemáticas con licenciados en Ciencias Químicas,
En Montoro tus hermanos mayores campaban a sus anchas por las calles y tú eras un gorgojo debilucho que requería muchísima atención de tu madre. La vuelta Asturias, en este caso fue a Cangas de Onís. El Ministerio de Educación había decidido crear institutos en el medio rural. Hasta esa fecha no se habían creado institutos en España y al final de la guerra se habían cerrado la mayoría.
En mi opinión la Iglesia presionaba fortísimamente al régimen, decían que los niños debían ser educados en centros religiosos para evitar tentaciones marxistas en los jóvenes de las clases dominantes. ¡Qué error!, aquella presión que dificultó el estudio a tantos, evitó la generalización de los estudios de nuestros jóvenes y la retrasó hasta pasado el año 60, fecha en que se crearon las “Becas Salario” y multitud de institutos a lo largo y ancho de toda España. Además el resultado fue nefasto, los Jesuitas educaron a una generación despistada y en el caso del País Vasco fueron el núcleo que creó el Terrorismo Etarra.
NOTA Mi padre olvida aquí la creación de las universidades laborales en toda España, en particular la de Gijón que se dio a administrar a los Padres Jesuitas, por lo que mi padre decidió seguir en el instituto de Cangas de Onís, yo creo que si le hubieran dado la posibilidad de ejercer la plaza de profesor de la escuela de peritos industriales que había ganado por oposición cuando estaba en Montoro hubiera ido a Gijón y simultaneado los dos trabajos, pero en Gijón el encargado de la cátedra de Matemáticas era un perito que no quería ver cerca a un licenciado en Ciencias Exactas y menos a uno que tenía la categoría de funcionario. No sólo por la plaza obtenida que había ejercido en Córdoba, sino también por la cátedra de matemáticas que tenía ya en propiedad en Cangas de Onís. Sigue la carta de mi padre.
Cuando salió en el Boletín Oficial la creación de los Institutos Laborales y la convocatoria de plazas de profesorado, en el casino de Montoro “misteriosamente” desapareció el Boletín Oficial de ese día. En realidad en Montoro había dos casinos, el de artesanos y el de propietarios, por decirlo así, no recuerdo ahora los nombres. Yo frecuentaba el casino de propietarios, porque era donde me reunía con el Patronato de la Academia, de la que yo era el director y profesor de matemáticas.
Una de las cosas en las que entretenía mi tiempo en ese casino era tomarme un café y leer a diario el Boletín Oficial, en particular para conocer todo lo que afectaba al Ministerio de Educación y Ciencia. Como decía el boletín del día de la convocatoria desapareció del casino. Claro que para nuestro infortunio eso lo suplió la correspondencia de mi padre, que me envió la convocatoria inmediatamente, también me la envío Ángel Fernández, vecino y secretario del Ayuntamiento de Coaña, que con su amistad no quería que se me pasara aquella convocatoria para volver a Asturias. En Montoro intentaron convencerme de que me quedara, que el futuro era mucho mejor allí, no les hice caso, quiero creer que todo ocurre para bien pero esa, como tantas veces, aparentemente fue una gran equivocación.
NOTA. Mi padre sólo tomaba café, no bebía en absoluto porque temía que se reprodujeran los ataques de epilepsia. Y además tomaba para prevenirlos Luminal, que era absolutamente incompatible con el alcohol. Debo realizar otra aclaración al párrafo anterior, porque esa equivocación de la que habla mi padre fue el meterse en una situación mucho más precaria económicamente y con un aislamiento social que perjudicaron claramente la salud de mi madre. En Montoro estaban insertos en una sociedad que permitía a mi madre tener una vida social agradable, lo que no consiguió en Cangas de Onís y además la precariedad económica tampoco contribuía al bienestar de la casa.
Te decía, qué al conocer la convocatoria de esas plazas de profesor me cegó el ansia de retornar, tu madre no estaba de acuerdo, pensaba que estábamos muy bien en Montoro y que no era bueno meternos por la familia y no le hice caso, no me imaginaba la precariedad en la que caímos. Pero de eso ya sabes tú bastante porque te conté las peripecias y siempre me prestaste atención a las “historias familiares”.
NOTA. Finalmente he decidido recoger los problemas que acarrearon para la familia del traslado a Cangas de Onís en un lugar aparte. está recogido en el anexo VI. En ese lugar también recojo las dificultades que pusieron al matrimonio de mis padres mis abuelos maternos
Nuestra vuelta Asturias en octubre del 50 fue traumática, en Cangas de Onís no había viviendas disponibles y tuvimos que estar separados. Sólo podía acercarme a Oviedo los domingos, allí podía reunirme con vosotros. Pero con el inconveniente de no tener vivienda propia, allí estaban nuestras familias Echeverría y Alonso, sabes que eran vecinos del mismo portal. Yo me pasaba en Cangas de Onís de lunes a sábado, en realidad yo no pernoctaba en Cangas de Onís, mi pensión estaba en Soto de Dego, lugar que merecería un cierto tiempo de descripción pero que no es el objeto de esta crónica, en casa de Cándida, mujer soltera que había perdido recientemente a la hermana con la que convivía.
NOTA. En el anexo XI hago una alusión a Cándida, la dueña de la casa donde se hospedó mi padre y después todos nosotros. Cuento algo sobre el carácter de Cándida en un relato que llamé: “El milagro de San Antonio”
También estaba en la casa de Cándida de pensión Ángel, era un chico cuya familia vivía en Montalea, en la falda del Sueve, que estudiaba en el instituto. Recordarás que tú pasaste dos semanas en su casa, cuando tenías seis años, también tu hermano Enrique por esas fechas pasó una semana en aquella casa.
NOTA. Al final del texto en el anexo XII hay una descripción de mi estancia en Montalea, la redacté en forma de cuento, lo titulé “El hospiciano”.
El segundo curso, después de ver que no había modo de conseguir una vivienda, Cándida, nos acogió en su casa y la invadimos, éramos, vosotros tres, tu madre y yo, Juan aun no había nacido, como sabes, nació en noviembre de 1952.
Un año más tarde pudimos alquilar una casa relativamente amplia, la de Prestín, que tantos recuerdos nos dejó a todos. Tenía estructura de casa de campo, con establos debajo, aunque hacía mucho tiempo que esos establos no se usaban, apenas olían, pero el aire que entraba por la rendijas del piso hacían la casa francamente fría en invierno y llena de corrientes.
NOTA. Aquí debo introducir una aclaración. Los concejos de Cangas de Onís y Parres tienen en común el rio Sella que los separa o los une, según el punto de vista. Prestín es un barrio del concejo de Parres que está inmediato a Cangas de Onís, que comprende la margen oeste del “Puente Romano”, el comienzo del camino hacia Soto de Dego y las casas que han ido situándose al borde de la “carretera nueva”, hasta no hace mucho tiempo la carretera que partía de Cangas de Onís hacia el oeste iba por la margen Canguesa, la oriental, del rio Sella, con el trazado del ferrocarril y su camino de servicio que llevaba a Covadonga aquella vía quedó en desuso y la carretera “nacional” actual parte del puente romano por Prestín en la margen parraguesa del río.
Recordarás que el piso de la casa, de madera de castaño, no estaba revocado por debajo, con lo cual con el tiempo las maderas se habían ido deformando dejando rendijas que ventilaban la casa aunque no quisieras. El establo estaba abierto, no tenía puertas ni ventanas.
Además la proximidad al río, el río Sella, hacia que la zona fuera tremendamente húmeda, por lo que en la casa estábamos sometidos a una ventilación permanente de aire húmedo, frío en invierno. En Cangas de Onís pese a estar a 66 m sobre el nivel del mar helaba cuando había nieve en las montañas del sur. Nuestro mítico monte el Picu Pienzu, no lo confundáis con el de la cordillera del Sueve con el mismo nombre, se ve que la toponimia responde en ocasiones a un hombre antiguo y supongo que Pienzo querría decir monte, o algo así.
Te cuento estas cosas para que veas como te fui percibiendo. En la aldea de Soto de Dego Cándida vio su casa invadida y aunque económicamente era muy bueno para ella, la pérdida de intimidad y de paz debió ser bastante dura para su existencia.
Cándida se enamoró de ti enseguida, no sé qué vería Cándida en aquel niño mocoso, aparte de los rizos, que en las aldeas eran muy apreciados y esa media lengua que desarrollaste rapidísimamente intentando razonar como una persona mayor, con lo cual eras un niño redicho, pero que a ella le parecías la maravilla de las maravillas.
Decía Cándida que tus ojos hablaban como los de San Antonio. En su Olimpo San Antonio era el summum de la santidad en el Cielo y no sé si estaba o no por encima de Jesucristo en su escalafón, y allí estabas tú, el nieto que no tenía, el hijo que nunca tuvo, aunque había adoptado a una chica de la que conservamos un grato recuerdo, pero no es momento de rememorar a Maruja.
NOTA. La adopción de Cándida de su hija, creo que la llenó de felicidad y le permitió tener un báculo en su ancianidad. Las duras condiciones de vida en la aldea de Avalle me inspiraron el relato “La madre añorada” recogido en el anexo VI.
No quiero hablar mal de tus hermanos, pero Enrique era la persona de la casa menos querida por Cándida, la realidad es que Enrique venía salvaje y era capaz de jugar al espeto en la huerta encima de las calabazas, lo que hizo el primer día que llegó a Soto. Maru era una niña cariñosa y servicial, que también tenía espacio en el universo de Cándida.
NOTA. El juego del espeto, o del “espetu” como decíamos los niños, consistía en que cada niño tenía un palo de una longitud ligeramente inferior a su pierna hasta la rodilla, y estaba afilado en un extremo para que fuera fácil de clavar en el suelo. Comenzaba un jugador lanzando su palo para clavarlo y en siguiente lanzaba el suyo golpeando a uno de los que ya estaban clavados, intentando que el suyo quedara clavado y derribar al del contrincante, si esto se producía el lanzador recogía el palo derribado y golpeándolo con el suyo lo lanzaba lo más lejos que podía, el derribado corría a por su palo y perdía si cuando llegara de vuelta a clavar de nuevo su palo el otro había tenido tiempo de clavar el suyo tres veces.
Tu hermano Juan que llegó a finales de noviembre del siguiente año, 1.951, cuando ya estábamos instalados en Soto de Dego, no tenía estatus a los ojos de Cándida, le era bastante indiferente, ni estaba donde reinabais Maru y sobre todo tu, ni tampoco estaba en la antipatía que monopolizaba Enrique mientras fue niño, ya de adolescente se ganó el respeto de Cándida y el de todo el mundo como tú sabes.
NOTA. Siempre observé que mi hermano Enrique presentaba una imagen de todos admirada, yo nunca entendí por qué. Pero me veo obligado a recoger unas historias sorprendentes de cómo otros veían a Enrique. Lo recojo en el anexo VII.
En cuanto Juan cogió autonomía de movimiento y empezó a andar con nueve meses, tu a los trece, Cándida empezó a cogerle prevención, siempre lo llamaba “jorolla” cuando lo reprendía. Él destrozaba todo lo que cogía, un día cogió un libro lo abrió, tiró de los lados y lo descoyuntó, se llevó una buena azotaina. Yo dejé de usar gafas cuando él me las rompió y me resultaba muy gravoso comprarme otras. Otro día cogió la pluma que me había regalado mi tío Manuel, Manuel Echeverría Menéndez, y la clavó en una mesa. El punto era tan bueno que siguió funcionando después de ser enderezado por mí. En España, en ese momento una pluma de ese estilo costaba aproximadamente mi sueldo mensual.
NOTA. Mi padre recoge el calificativo que usaba Cándida, nunca entendimos que quería decir “Joroya”, nadie usaba allí ese calificativo, Cándida lo usaba en exclusiva para Juan.
En cuanto a las plumas estilográficas de mi padre, yo le conocí 2 hasta que se jubiló, en el anexo II, cuento algo de esas plumas.
Para Cándida no había término medio, estaban los buenos, entiéndase sus amigos, y los malos entiéndanse los demás, aquellos que en opinión de ella no merecían el estatuto de buenos.
Yo era venerado por Cándida, pero no ocupaba un lugar de afecto, sólo tenía admiración por mí, sobre todo desde que un día con una hoja de lata y unas tijeras le arreglé un molinillo de café que llevaba muchos años averiado, en aquella casa no se tiraba nada, todo se guardaba en el “trastero” que había debajo de El hórreo.
Recordarás que el hórreo estaba edificado con ladrillos y que el trastero inferior estaba cerrado con paredes y ventanas con tela metálica que le permitía cierta ventilación, este trastero estaba cerrado con puerta con llave y estaba lleno de cosas que tal vez un día pudieran llegar a ser útiles.
Cuando llegó Juan, en el primer momento no le hiciste ningún caso, tú estabas en tu mundo y te dedicabas a dar la tabarra a todos, queriendo hablar constantemente. Tus hermanos mayores se burlaban bastante de tus cosas, debían verte ridículo con aquella manera de querer razonar como una persona mayor, consuélate, “nadie es profeta en su tierra”.
Como decía, enseguida Juan comenzó a andar y pasado un tiempo pasó a estar bajo tu protección.
Recuerdo que tú no tardaste mucho en impresionarme con tus habilidades numéricas, en ese aspecto eras un niño precoz, también aprendiste a leer con mucha rapidez para olvidarlo todo en verano y tener un aprendizaje tremendamente incómodo la segunda vez que lo intentaste, la primera había sido muy fácil para ti. La segunda vez la señorita Emilia estaba desesperada contigo en aquella aula de párvulos, niños con mandilón azul, mezclados niños y niñas.
La escuela como recordarás era una graduada con sección masculina y sección femenina, pero los párvulos estabais en una clase común. Por cierto llevaba el nombre de escuela graduada Vázquez de Mella, en honor al jefe del Partido Tradicionalista.
Yo estaba ilusionadísimo, creía que tenía un genio de la matemática entre mis manos y que lo podría modelar. Sé que descuidé mucho tu formación humanística y tal vez contribuí a ese analfabetismo que te caracteriza, sabes mucho de muchas cosas y eras y supongo que sigues siendo un analfabeto que no sabe escribir, que no aprendió la ortografía mínima y que despreció la Lengua y Literatura, que son fuentes de diversión y de corrección en la expresión.
En eso me culpo, creo que tengo parte de la responsabilidad, aunque pasado el tiempo he llegado a pensar que tu caso era muy próximo a la minusvalía en esas materias, particularmente en la memoria visual que debe ir acompañando a la ortografía. En los últimos años se habla mucho de la dislexia y de la comprensión que se debe tener con esas discapacidades. Cuanta necesidad tenías tú de esa comprensión que no siempre encontraste.
Tardé mucho en descubrir lo caro que lo pagaste en tus estudios en la universidad, en la Escuela de Ingenieros de Minas, me desconcertabas, decías haber hecho un examen para un ocho y volvías con un dos. Otras veces, si había habido un examen oral venías con unas notas fantásticas, aunque creo que en tu época no había casi exámenes orales como había sido la tónica de las “escuelas técnicas” cuando eran escuelas del funcionariado, eso te perjudicó, pero alabado sea Dios, “bien está lo que bien acaba”.
Volviendo a la encomienda que te hago, tengo que recordarte que hace años te regalé mi pluma, la última con la que firmé notas antes de jubilarme, tenía la espiguilla rota y el cargador no funcionaba, te dije: -Joaquín te la doy porque sé que tú te ocuparás de que funcione y de tenerla útil como recuerdo de mis años de docencia.
Te estoy contando estas cosas porque quiero que quede todo hablado o por lo menos mucho. Recuerdo y me arrepiento de ello, que pasado el tiempo en el bachillerato adopté contigo una conducta que no tenía con tus hermanos, decidí no sacarte nunca a la pizarra, como hacía en todas las clases, sacando una fila completa y que fuera tu responsabilidad estudiar y llevar al día mi asignatura, creo que fue injusto.
Siempre te estuve sometiendo a pruebas diferentes a los demás, cómo aquella vez que te encomendé mantener a raya a que el loco peligroso, que podría haberte costado la vida. Pero eso ya no importa, has llegado a la edad adulta, pese a la pleuresía que padeciste cuando niño. Tal vez sin los antibióticos esta carta hoy no tendría el menor sentido.
También es verdad que por eso fuiste tratado con privilegio, porque en aquella casa de Prestín que no tenía calefacción, cuando pusimos la salamandra en el salón pusimos allí tu cama. Los demás dormíamos en habitaciones sin calefacción, llenas de humedad, siempre os habéis quejado de que os metíais en la cama y que estaba mojada. Mientras los demás pasábamos frío, tú dormías en el salón, la única habitación caliente.
La verdad es que compramos la salamandra porque yo creí que te morías. Tu madre y yo hubiéramos tenido esa preocupación con cualquiera de tus hermanos. Pero para mí tu caso era especial, me parecía una pena que muriera una persona que estaba destinada a prestigiar la Matemática Española. No me olvidaba de las palabras de Rey Pastor a la vuelta de Argentina. En una conferencia con toda la universidad pendiente dijo que hasta esa fecha la matemática española había alcanzado el nivel necesario para ser útil para los sastres.
Debo advertirte que tampoco él dignificó a la Matemática Española, pese a la gran fama y el gran conocimiento que tenía. Volvió de Argentina diciendo que traía grandes descubrimientos, pero que el barco en el que venía su documentación se había hundido.
Suena a broma, pero sí se había hundido un barco que venía de Buenos Aires, con lo cual, o él perdió un material muy valioso o fue una excusa perfecta para justificar su carencia en investigación matemática. En la universidad se decía que su tiempo en Argentina lo había dedicado a la cría de caballos, eso sí, con verdadero entusiasmo.
Ninguno de mis anhelos e ilusiones se cumplió, tú elegiste tu camino y despreciaste el mío, el que yo tenía diseñado para ti. Hoy pienso que en la Facultad de Exactas con tu ortografía no hubieras pasado nunca de primero.
En aquel septiembre de tu primer año de carrera en el que aprobaste la Geometría Analítica, que era la única asignatura que te quedaba. Me dijiste que, en primero, en la Escuela de Minas, como habían aprobado muy pocos y faltaban alumnos para pasar a segundo, sometieron los exámenes a tribunal. En otro caso tampoco allí habrías aprobado la Geometría Analítica. Sé que te sabías muy bien la asignatura, pero el profesor de esa materia consideraba que un analfabeto no debiera ser ingeniero de minas.
En las desventuras de nuestros hijos influyen mucho las metas que les fijamos los padres, creo que a tus hermanos los dejé relativamente tranquilos, pero a ti te sometí a tensiones que supongo que han condicionado mucho tus conductas. Recuerdo las huelgas del 70-71 en la Escuela de Minas, recuerdo tu enfrentamiento a la huelga que te costó que en tercero te suspendieran en junio todas las asignaturas, desde esa fecha ya no fuiste tú mismo, pasaste a renquear, mientras que hasta esa fecha habías ido relativamente bien, pese a a tu ortografía.
NOTA Aquí mi padre no recuerda o no quiere recordar las horas que se pasó atormentando o ayudando a resolver problemas de matemáticas a su hijo Enrique y a mi primo Manolo.
Por aquellas fechas salías con aquella mujer oriental, que supongo que era bastante mayor que tú, pero que me tenía tranquilo porque pensaba que no te iba apartar de la función de docencia e investigación matemática para las que yo creía que estabas destinado. Cuando dejaste de salir con aquella mujer, te animé a priorizar en tus relaciones que buscaras una mujer muy joven, que no tuviera prisa para casarse y de ese modo tú pudieras sacrificar los posibles ingresos a dedicarte a la docencia. La verdad es qué te veía bastante solo, muy necesitado de compañía femenina.
Luego conociste a la que hoy es mi nuera, creo que tuviste mucha suerte, pero al principio me costó entenderlo, era una mujer de tu edad con un buen trabajo, que no debía esperar, y pensé que te pasaría lo que le había pasado a mi padre cuando conoció a mi madre y abandonó su proyecto de ir a Toledo a la Academia Militar, donde había ingresado, para hacerse oficial.
Pensé que tu abandonarías las Matemáticas para constituir con la que luego sería mi nuera una familia como ocurrió, eso me preocupaba. Hoy ya anciano, sé que eran ilusiones vanas, que no eras tú el elegido, y supongo que tampoco las matemáticas era en el campo en el que se establecería la gloria familiar.
Hoy me corroboro en que tampoco tú eres el elegido, caso de ser cierto ese vaticinio, pese a la fe que siempre te tuve, pero sé que eres demasiado vanidoso. Él tendría que ser más discreto, más humilde, menos pagado de si mismo, ya aparecerá. Aparecerá en cualquier momento cuando menos lo esperéis, yo no lo veré, como no lo vio mi bisabuelo Juan Echeverría Uranga que lo esperaba, ni mi padre Joaquín Echeverría Menéndez que parecía albergar dudas al respecto, ya veremos.
Hay un recuerdo que tengo, la presión que ejercí sobre tu postura en política, pero creo que no es momento y aquí lo dejo. Bueno, no lo dejo, no me resisto a recordarte que cuando mi hermano Juaco y yo nos empeñamos en regalarte una pistola; yo ya te había regalado una navaja de Albacete, grande, preciosa, a ninguno de mis otros hijos le regalé tal navaja, ni les ofrecí el regalo de una de las pistolas de Juaco.
Tu tío Juaco y yo lo tratamos, él tenía una colección hermosa de pistolas y me dijo que te regalaba la que tú escogieras. Dejaste de ir a casa de tu tío para evitar el compromiso, me habías dicho: -“Papá yo pienso casarme y tener hijos y no quiero tener en casa nada que pueda poner en peligro la vida de cualquiera de nosotros”.
En los temas políticos yo estaba sufriendo mucho en el momento en el que se estaba cambiando el régimen, Franco se moría, Carrero Blanco había sido asesinado y yo veía en la calle un apoderamiento de los que querían destruir la paz que se había logrado. Para mí en ese momento, tú eras mi proyecto de líder político, hombre decidido a resistir a la basura que yo creía que se apoderaría de la calle. En esas fechas ya había desechado la posibilidad de que llegaras a ser el matemático que había esperado.
Pero ese carácter y tus peculiaridades te hacían valioso, pese a que ese carácter decidido no estaba acompañado por tu físico. Siempre temí por ti en la calle, te veía capaz de verte envuelto en cualquier circunstancia en donde podría ser linchado. Ahora pasado el tiempo me doy cuenta que la situación no era tan tumultuosa como yo pensaba, yo creía que estábamos repitiendo la situación del 36, por eso tu tío Juaco y yo decidimos dotarte de una pistola, para equilibrar tu carácter impetuoso con tu físico que no lo acompañaba.
Juaco me dijo, que venga a casa y que escoja la que más le guste de mi colección, Juaco tenía 11 pistolas, algunas preciosas. Tú me dijiste que no, que no querías tener ninguna pistola, que pensabas tener familia y una pistola podría producir una desgracia en tu casa. Recuerdo que dejaste de ir a visitar a tu tío Juaco, aunque lo solías visitar periódicamente. Hoy sospecho que tenías toda la razón y que nosotros no estábamos viendo las cosas como realmente sucedían y que tú pese a tu compromiso político y tu carácter impulsivo te dabas cuenta que no tenía el menor sentido lo que te proponíamos.
En resumen, sabes que no cubriste mis expectativas de tener un matemático de renombre en la familia, pero tengo que decirte que pese a tus múltiples defectos, siempre tuve mucha confianza en tu capacidad de adquirir conocimiento científico.
NOTA, en esas aseveraciones veo a mi padre repetirse, supongo que es fruto de su frustración porque yo no cumplí ninguna de sus expectativas. Sigue la carta de mi padre.
Además tengo que decirte que tus hijos me gustan, pese a que Ignacio me desesperaba en los días que pasé en tu casa cuando estabais ausentes y él me pedía ayuda para sus estudios y parecía que sólo quería que le resolviera el problema del momento, que no tenía el mínimo interés en aprender realmente la materia. Pero creo que todos son buenos y que de todos se puede esperar lo mejor.
Recordarás que un día te dije que para mis hijos deseaba que Dios los dotara de bondad, de ser buenos, en segundo lugar que tuvieran buena salud, y en tercer lugar que fueran inteligentes, pero eso último era menos importante para mí. Estoy satisfecho de todos mis hijos, lo cual no quiere decir que no me hayáis dado disgustos y preocupaciones.
Tener un hijo como tú fue una lata al menos hasta que cumpliste los 35 años y debes saberlo, aunque la distancia y tu madurez fue suavizando esa lata.
Hoy me siento muy contento de ti, pero tengo que decirte que en estos momentos en que se acaba mis fuerzas, doy gracias a Dios de tener cerca Adelaida que vive conmigo y sobre todo a Juan que me visita a diario, ninguno de los demás los podríais sustituir, sobre todo a Juan.
Para despedirme sólo desear que seas bueno y que tus relaciones con tus hijos sean de respeto mutuo. También quiero animarte a que aceptes con buena conformidad aquellas cosas que ocurran, aunque te entristezcan y consternen y por mucho que te parezca que no son buenas, aceptes lo que os ocurra, porque los designios del Señor son mejores que cualquier cosa que podamos desear. En resumen sé valiente y sincero, no hay modo de ser sincero sin ser valiente.
Siempre te quiso tu padre, muchas veces te admiró, en ocasiones, no pocas, no te entendió. Pero eso ya no importa.
Tu padre.