Crónica de la familia Echeverría por Joaquín Echeverría Menéndez.
Crónica de la familia Echeverría por Joaquín Echeverría Menéndez.
1 Introducción.
Pongo a vuestra disposición la crónica de la familia Echeverría que nos legó mi abuelo Joaquín Echeverría Menéndez, nacido en 1883, llamado el patriarca por sus hijos.
La crónica cuenta con varios cuerpos, el principal es el relato del Patriarca en el que incorpora sus recuerdos, juicios y comentarios junto con documentos originales, como son cartas y algún testimonio más.
Debo advertir que en ese cuerpo de crónica se confunde el texto del patriarca y el de su hijo Manolo, que intentó terminar la crónica pero le llegó la muerte prematura y le cedió el testigo a su hermano Enrique, este es mi padre.
Mi padre estaba mucho menos interesado que ellos en que esta crónica viera la luz, por lo que lo fue dejando para última hora y aunque escribió algo que se recoge aquí específicamente, sin confundir con los textos de los anteriores, él apenas aportó nada a la crónica y este hombre, mi padre, me encarga a mí la tarea de finalizar la crónica de su padre cuando ve llegar su última hora.
Lo escrito por mi padre, Enrique, queda identificado como tal, está incluido al final de la Crónica y antes de los anexos. Yo he intentado matizar las cosas que me dice en la carta en la que me hace la encomienda, aportando cosas que yo tenía escritas y otras que tuve que escribir para intentar dejar una historia coherente y defenderme de sus críticas, a veces es difícil satisfacer las expectativas que nos formamos los padres acerca de nuestros hijos.
Está crónica está escrita por mi abuelo para transmitir a sus hijos y sobre todo a sus nietos y sucesores el legado que él cree que le transmitió a él en su educación su madre, Adelaida Menéndez Agüera. Yo he intentado respetar esa visión de lo escrito y la encomienda que me hizo mi padre.
Espero que los lectores sean comprensivos conmigo y con este conjunto de escritos, sobre todo si llegaran a manos de lectores que no sean descendientes del Patriarca.
Decía que espero que los lectores seáis comprensivos con su ingenuidad, la de mi abuelo, al creer en la trascendencia de la educación que les dio su madre, a él, a sus hermanos, e incluso a su padre. También se puede leer entre líneas o de modo más manifiesto el pensamiento de mi abuelo que está impregnado del mensaje que su abuelo, mi tatarabuelo, que le transmitió en sus conversaciones aquella visión profética, que él parecía tener, relativa a que esta familia debiera ser trascendente.
El pobre Juan Echeverría Uranga, mi tatarabuelo, nunca llegó a dominar la lengua española, que no era su lengua materna, y llegó escribir con dificultad en nuestra lengua. Sin embargo él tenía imbuido desde niño en que él debía trascender, como lo creyeron los patriarcas del Antiguo Testamento.
Hoy a la vista de lo escrito, creo que mi tatarabuelo no sabía cómo, pero creía que debía transmitir el relevo y encomendar la misión a un sucesor, eligió para ello a su nieto, es decir a mi abuelo Joaquín Echeverría Menéndez para imbuirle ese mensaje y que lo transmitiera para que llegara a hacerse realidad.
Después de que mi padre me encomendara esa misión, aunque él no creía en ella, hoy sé que se ha cumplido, pasados los años. Por eso debo cerrar aquí esta crónica respetándola en su integridad. Pero no tengo más remedio que hacer alguna consideración que recogeré como notas aclaratorias, para disipar las dudas y evitar malentendidos que puedan surgir de su lectura.
En cualquier caso, mi padre me enseñó la frase “Sic Transit gloria Mundi”, aunque no sé latín, mi educación presenta grandes lagunas. Sé que al fin y al cabo muy pocos trascienden a escala terrenal, aunque en algunos lo parezca de forma efímera.
Leyendo entre líneas la Crónica he creído ver que mi tatarabuelo esperaba un aldabonazo de gloria de los suyos que envolviera a toda la sociedad, mi abuelo no lo vivió.
Mi abuelo estuvo rodeado de los suyos, personas de gran carácter y mérito como el mismo demostró, algunos de gran genialidad, en particular algunos de mis primos mayores, éstos podrían haber confundido al abuelo y llevarlo a esperar grandes cosas de ellos. Yo leyendo la crónica llego a la conclusión de que él fue consciente de que con aquellos no bastaba para conseguir la trascendencia que esperaba para el apellido.
Insisto que en algún momento, éstos, mis tíos y mis primos mayores, podrían haber confundido al abuelo y que los hubiera visto como un espejismo. Claro es que él no se imaginaba de quién podría venir ese aldabonazo.
Por lo que dejó escrito llegué a la conclusión de que no se imaginaba quién podría dar ese “toque a rebato” que enardecería a toda la sociedad, claro que esa fue una actuación singular que nadie espera. ¿Quién la podría esperar?. Ya llegaremos a eso en algún momento, tendré que contarlo yo, ni mi abuelo, ni mi tío, ni mi padre fueron testigos.
Pero el día llegó y no consistió en un empoderamiento de nuestra familia, ni en la constitución de ninguna posición de privilegio. Los judíos esperaban que el mesías volviera a establecer el reino de Salomón multiplicado por 100. No sabían que el Mesías venía a redimir a todos los hombres, judíos y gentiles, pero que “su reino no era de este mundo” y que para cumplir esa misión el Mesías debía morir con una muerte ignominiosa.
Aquel designio de la escritura se cumplió y hoy los que queramos podemos salvarnos por la muerte de aquel justo.
Del mismo modo, el día de nuestra gloria fue el día en que se inmoló el mejor y como quedó dicho en las escrituras, Dios envió a su hijo al mundo y los suyos no lo reconocieron. Lo mismo con el nuestro no lo sabíamos quién era hasta ese día, hasta esa hora. Ahora lo sabemos y ya no se lo podemos reconocer en la cara. Sólo podemos encomendarnos a Dios y pedirle a él que interceda por nosotros que no lo reconocimos en vida.