18. Los Mármol.

18. Los Mármol.

Fotografía de Enrique con rizos y Juaco en primer término, Adelaida detrás a la derecha y dos primos Bengoa

Les dedico este capítulo a los mármol, creo que fueron importantes en la infancia de mis hijos y son una familia ejemplo de lo que no deben hacer los responsables de menores, sean padres o tutores.

Los Mármol eran vecinos de la calle de La Lila, tenían un chalet en la calle con mucho espacio, en el que se incluían caballerizas, jardines floridos, veladores y espacio para jugar los niños, los Marmol tenían automóvil. Me contaba Enrique en su última visita, que prácticamente no vio que se utilizara el automóvil para hacer viajes, pero que se veía al mecánico de la casa sacando brillo a los cromados del coche todos los días durante horas.

Los gemelos de la casa eran aproximadamente de la edad de Quique, pero aunque eran más pequeños que Juaco, ya eran amigos de él y enseguida pasaron a hacer trio con Enrique en sus correrías y su afición al futbol. Enrique se hizo popular en ese deporte y entre los amigos se hablaba de la zurda de Quique, era zurdo y eso le daba ventaja para jugar en ciertas posiciones en el campo.

Pasado un tiempo estando Quique en el instituto, creo que cursaba segundo, Enrique se sentaba con uno de los Mármol que iba a su clase, el otro gemelo estudiaba en la Escuela de Comercio. Aunque ellos, aprovechando que no se los distinguía, se cambiaban de clase a la que asistir, iban alternativamente al Instituto o a La Escuela de Comercio uno u otro, según les apetecía. Ya se puede uno imaginar que los resultados académicos ese año fueron desastrosos para los gemelos.

Cuando recibieron las notas del Instituto, Enrique aprobó todo, sus notas no fueron demasiado buenas, creo que peores que sus méritos; pero que se lo asociara a los Mármol no ayudaba en el concepto que los profesores tenían de Enrique, supongo que pasaba por descarado este hombre que siempre fue la seriedad hecha persona. Los Mármol hacían ruido en clase y eran irrespetuosos. En resumen eran el tipo de alumno que desagrada a los profesores, y aunque su familia iba perdiendo prestigio, su estatus todavía les permitía esas conductas, creo que de otro modo hubieran sido expulsados del instituto.

Las notas del gemelo compañero de Quique, en el instituto, fueron desastrosas y pese a que se las había ganado a pulso me contaba Quique, cuando vino hace unos días al recordar la anécdota, que éste chico estaba cariacontecido y al parecer se tomó agravio por las notas de Quique y le dijo algo como:

-Quique no presumas de tus notas, si tu fueras hijo de mi padre no hubieras aprobado nada y si yo fuera hijo del tuyo, no tendría más que sobresalientes y tu no tienes ni uno.

En ese concepto nos tenía este chico a su padre y a mí. Siguió hablando quejoso:

-¿Cuándo nos mira mi padre? ¿Cuando?, en las mañanas se adecenta, desayuna el sólo atendido por su ayuda de cámara, lee el periódico, sale a visitar las cuadras, pregunta por los caballos que nunca monta nadie, no nos deja acercarnos a ellos. Luego se marcha al casino a reunirse con otros ociosos como él. No le interesamos en absoluto, pregunta por la educación de mis hermanas, sólo le interesan las formas y su formación religiosa, pero nada más, a nosotros ni nos mira, nunca me dio un pescozón, eso no, pero tampoco se interesó nunca por nada que nos interese, no mira nuestros boletines de notas, solamente los firma y no dice nada, a veces hago las cosas mal para que me diga algo y ni así.

Aun cuando sea apartarme de la historia, voy a adentrarme un poco en la descripción de esta familia, porque revela como estábamos mezclados en la calle de La Lila familias con muy diferentes economías e inquietudes.

Mi vida consistía en trabajar y trabajar, comía y cenaba todos los días en casa con toda la familia, había hora para cada comida y no se aceptaban excusas para la falta de puntualidad. En la mesa se podía percibir si alguno de nuestros hijos tenía problemas o alguna inquietud. 

Durante el tiempo que Quique estaba sobreprotegido, cuando vi que leía, comencé a trabajar con él las cuatro reglas y así había sido con todos, sacando retales de tiempo para todos mis hijos. 

Bien es cierto que esos niños, los Mármol, me veían como un señor, un hombre correctamente vestido con traje y corbata y sombrero de ala, no creo que les influyera que mi traje fuera el mismo todos los días y se fuera quedando ajado. Pero no sabían nada de mi, sólo la precisión en mis horarios de entrada y salida y mi saludo a mis hijos si los encontraba en la calle, nunca efusivo, pero siempre correspondiendo y correcto con ellos.

Este personaje, el señor Mármol, era de una familia adinerada, con intereses en diversos sectores, además había hecho una buena boda. Por parte de su mujer tenía intereses en empresas industriales y recortando el cupón llevaban un buen pasar sin necesidad de dedicar tiempo a gestionar ningún tipo de negocio. Mármol tenía una porción de hijos e hijas, pero en la época que fuimos vecinos a sus hijos mayores no se les conocía ni oficio, ni beneficio. Creo que por aquellas fechas sus hijas mayores estaban solteras. al igual que sus hijos, y me parece que su fortuna no daba para que estos pudieran mantener su ritmo de vida, dado que eran muchos y en el reparto no daba para todos.

A la vista de estas consideraciones creo que entenderéis el concepto que tenían de él sus hijos gemelos. 

No insistiría en entrar en los asuntos de este señor, si no hubiera afectado a uno de mis sobrinos, Luciano, que paraba en nuestra casa mientras estudiaba Químicas, era mayor que mis hijos y nieto de mi tío Manolo, ese Manolo que era el coloso de la familia que recordareis era el jefe de puesto de carabineros en Luarca. Luciano era un hombre bien plantado, como su abuelo, pero menos osco, no mal estudiante. Luciano tenía tiempo para vivir su ocio con sus amigos y cortejaba a la hija de una viuda que tenía una situación económica apurada, en ese momento daba la impresión que el romance prometía llegar a buen puerto.

La joven era vistosa, tenia fama de guapa y lo era. Un día llegó Luciano a casa nervioso y aunque yo no me metía en su vida, ya era mayor y al fin y al cabo ni él, ni su prima Rosa, que también vivía en nuestra casa durante el curso escolar, eran mis hijos y por ello no eran mi responsabilidad, aunque lo fueran hasta cierto punto, al vivir lejos de sus padres, el padre de Rosa estaba en Cuba, era mi primo Adolfo, del que ya hablé con motivo de mi estancia en Cuba a la que le dedicaré más tiempo. 

Como decía, Luciano llegó un día nervioso a casa, me dijo: 

-Tío tengo que pedirte consejo. No sé que hacer, Florinda me gusta mucho en todos los sentidos, además de guapa, eso ya lo ves, es simpática y sensata, se puede hablar con ella de casi cualquier cosa, y creo que me haría una vida muy feliz y administraría muy bien mi casa, no como las chavalas de Luarca que en cuanto las sacas del pescado o de los trapos no saben hablar de nada. Pero es que me contaron que de noche en su casa entra alguien a escondidas y si su madre tiene algo turbio y dado que es hija única…

Se interrumpió y como no se arrancaba le dije algo como: 

-¿Qué pasa Luciano a ti qué te va en lo que haga la madre de Florinda? No creo que eso la comprometa en nada, no es que yo sea partidario de eso que sospechas, pero puede no ser cierto y si lo es cuando te establezcas con Florinda podrás poner coto en tu casa, pero no somos quienes para censurar lo que haga esa señora. 

Yo conocía a Florinda y a su madre de verlas en la Comparativa, una mujer mayor, menuda y avejentada, quizás si no fuera por el interés de Luciano ni me hubiera fijado demasiado en ella. Ellas eran unas clientas más de la Comparativa, donde hacían compras siempre en pequeñas cantidades, lo que me hacía pensar que tenían el dinero muy tasado. 

Cito aquí ese comercio, “La Comparativa” que regenté desde su creación hasta su cierre, salvo el periodo de tiempo que pasé en Cuba persiguiendo a “La Fortuna”. Cerramos ese comercio en la posguerra, ya que no aguantó la escasez de mercancías, la intervención de Abastos y las cartillas de racionamiento de la postguerra. A este asunto le dedicaré más tiempo porque creo que es importante en la historia de España y describe un momento triste en nuestra vida.

Esa noche charlé del asunto con Matilde, mi esposa, porque ella tenía algo más de vida en la calle, al contrario que yo que me limitaba a ir a mi trabajo y volver, sin más vida social que saludar a las personas que conocía, pero sin pararme con nadie. Matilde me dijo que de la madre de Florinda apenas sabía nada, la llamaban la Amapola como apodo, Matilde creía que era sobrina de uno de los cantantes de un cuarteto que había tenido bastante éxito. Pero apenas sabía de ella y creía que, por su aspecto, era difícil que estuviera mezclada en algún escandalo nocturno.

Días después Luciano estaba cariacontecido y me pidió hablar conmigo, hicimos un aparte y me contó que había abordado el tema y que a lo largo de varios días había ido tirando de la madeja. El me contó que el visitante nocturno era el señor Mármol.

Le dije: -Es imposible, no veo al señor Mármol visitando a esa señora-. 

Me dijo: -Sí tío, es el señor Mármol que yo hice guardia en la calle y aunque su casa esta en una zona poco iluminada, yo descubrí que era él. Se lo dije a Florinda y no lo quería reconocer, pero luego de muchas discusiones en las que me decía y a ti que más te da lo que haga mi madre, que ya es vieja y no creo que pueda quedar preñada. Seguimos discutiendo el tema estas tardes. Pero hoy se echo a llorar y me dijo que era a ella a quien visitaba, que cuando tenía quince años su madre la había entregado y que ella no pudo evitarlo, que gracias a eso habían vivido ese tiempo.

Le dije: -¿Y ahora que lo sabes qué vas a hacer?.

-Tío me dan ganas de matarlo, pero ¿Qué arreglaría eso? El mal está hecho, y al menos en esta situación ellas pueden vivir. Yo no puedo seguir frecuentándola porque para mi sería un sufrimiento, pero para mí ya no es nadie, aunque la verdad tengo un dolor enorme. 

-En cuanto vengan las vacaciones y pueda ir a Luarca se me pasará, no te preocupes, no me voy a apoyar en la botella, me conoces y sabes que soy templado y no tengas miedo por mí, me sobrepondré y no volveré a verla, si me la encuentro pondré tierra por medio siempre... Yo corto para siempre y lo que nunca haría sería aprovecharme de ella, me da mucha pena. 

-Tío, quiero decirte qué yo nunca me aproveché de ella, para mí era una mujer respetable a la que nunca hubiera querido mancillar.

 Pasé ganas de decirle que lo pensara si realmente la quería, que pensara en sacarla de aquella situación, porque me daba mucha pena de ella, y para mí no era más que una víctima de la miseria. Pero me callé porque cada cual debe tomar sus decisiones y Luciano sólo era un familiar, no sé que habría aconsejado de haber sido mi hijo. 

También es cierto que mis consejos puntuales, en esa materia, nunca sirvieron para nada con mis hijos. Solamente me hicieron caso en una cosa, que es que yo mantuve que nunca cultivaran relaciones románticas muy desiguales, porque el matrimonio es para siempre y personas con valores y cultura muy diferentes hacen difícil el matrimonio. También les insistí que la diferencia de fortuna excesiva es mala, porque un hombre puede pasar a ser un pelele en manos de una mujer que posea una gran fortuna. En eso si me hicieron caso, particularmente Juaco, que tuvo relaciones en las que yo le dije que no le convenía formalizar esa relación, porque se iba a encontrar constreñido por la fortuna de… pero ahora no hace al caso recordar nombres.

Pasado el tiempo tuve que entristecerme al conocer como andaban aquellas pobres mujeres, a las que la vida había tratado tan mal, todo hubiera sido diferente si Luciano no se hubiera enterado. ¿Quién sabe?.

Lo cierto que la mala fortuna de algunas personas me encoje el corazón. Hoy pienso que si esa madre hubiera buscado un trabajo por modesto que fuera, el destino para ella y su hija hubiera sido muy otro, pero se dejó tentar por emprender el camino fácil de prostituir a su hija adolescente y eso no podía acabar bien de ninguna de las maneras.

Yo creo que a medida que pasaba el tiempo la familia Mármol andaba menos boyante, pero el cabeza de familia seguía con su vida disipada. 

Años más tarde, cuando estalló la Guerra, Mármol paso a reunirse todas las mañanas en el Casino Militar que estaba en la calle Uría, entiendo que como muestra de adhesión al Movimiento, lo cual en mi opinión lo honra, ya se entiende que no se le podía pedir que se movilizara como yo, porque nadie de mi edad lo hizo y además él era unos años mayor, pero lo honraba ese compromiso, él sabia que era una condena de muerte si Oviedo caía bajo dominio rojo, siempre hay delatores tomando nota de actitudes y él lo sabía. 

No vale la pena extenderse dedicando tiempo a los delatores, a esa gentecilla que siempre cae de pie, sacando pruebas de que en realidad ayudaban a la causa que triunfa y boicoteaban a la causa perdedora. Estoy seguro que el que se hizo cargo de la oficina de Falange de Oviedo, si hubiéramos caído, él hubiera salvado el pellejo actuando de delator, pero no debo hacerme mala sangre viéndolo mangonear y repartiendo favores, disfrutando del poder en la posguerra.

Por terminar con este asunto, este señor, el señor Mármol, inspira a un novelista de primera línea. Es el personaje de una novela en que entra en una pelea de gallos y sin ver el palenque dice: “-Mil duros. Le dicen -¿Al rojo o al negro? Contesta: -Al que usted quiera. El novelista lo presenta como un personaje que derrocha sin cuento. Hay que darse cuenta de lo que eran 1.000 duros en los comienzos de los años 20, yo me jubile con mi sueldo, quiero decir me retiré prematuramente, mi sueldo mensual eran 150 pesetas, es decir 360 duros al año, según el novelista este personaje era capaz de tirar 1000 duros sin pestañear.

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