26. Mi vuelta a España

Mi esposa, Matilde Bengoa Ferrera. Me la envió a Cuba.

26. Mi vuelta a España

Fotografía de mi esposa Matilde que me envío a Cuba

Nuestro regreso fue descorazonador, después de algo más de un año de ausencia. Fue aún más decepcionante que la estancia en Cuba. Matilde fue tan cariñosa y atenta como siempre, estaba como loca de alegría. Aunque no dejó de haber nubarrones de celos, que le salían de vez en cuando y yo desanimado como estaba, no me sentía fuerte para aguantar esos requerimientos, esa exigencia de explicaciones absurdas, me resultaba muy antipático.

Además, para los que me conocéis, debéis tener en cuenta que no es que no me interesaran otras mujeres, es que mi dignidad me hubiera impedido vivir una situación airada, no es que Adolfo y Maximino no hubieran estado atentos a que recibiera atenciones indebidas, pero eso no estaba a mi alcance, mi amor propio y sentido de la dignidad me mantenían ajeno a cualquier tentación. 

Me diréis ¿Cómo Matilde podía tener celos con este marido de 50 kilos que le tocó en suerte? Pues ya veis, los celos no son cosa del sujeto que los genera, son una manía enfermiza de quien los siente. Pero aunque no era el único defecto de Matilde, era el más insufrible, alguien que presenció una escena me dijo: -Deberías agradecérselo, es que te ve apetecible-. Yo sé que no, que es más bien una desgracia tanto para quien los padece como para quien soporta esa conducta insana. Pero los problemas no se acababan ahí. Empezaron cuando empecé a ver el estado económico de la casa.

En cuanto al carácter celoso de Matilde y a su visión, la que tenía de mí, contaré una anécdota. Cuando nos casamos una de las compañeras del taller de costura en el que trabajaba le dijo cuando nos vio salir casados: “Matilde éste es muy roino no te dura ni un año, lo vas a agotar”. Nunca le perdonó esas palabras.

La casa estaba desconocida, se había redecorado, no quedaba dinero, la buena de Matilde se había gastado en un año el triple de lo que se había gastado cuando yo estaba en España. No quedaba dinero en la casa, no se había pagado en todo ese tiempo en la Comparativa, vamos… que se debía la manutención de un año.

La tercera de mis hijos había abandonado sus estudios en la Escuela normal y se iba a casa de los Vingolea a hacer sombreros. Este asunto merece extenderse un poco, ya que creo que puede servir de reflexión sobre la falta de sentido común que a veces impera y siempre trae malas consecuencias que el insensato no sabe interpretar, más adelante me extenderé en la historia de la confección de sombreros.

Los niños hacían bachillerato sin pena ni gloria. Adelaida y Matilde habían ido a Madrid a examinarse al Conservatorio de Música, con el consiguiente gasto inútil; más cuando se sabía que al año siguiente habría esos estudios en Oviedo y no hubiera sido necesario incurrir en ese gasto, además era algo accesorio, no eran unos estudios que les servirían para ganarse la vida.

Yo desde Cuba me había puesto en contacto con los socios de la tienda. Habíamos acordado que volvería a desempeñar mi antiguo trabajo. Me repusieron y me dijeron que estaban encantados de que volviera a la Comparativa, dándome un tiempo para pagar la deuda contraída ese año. También me entregaron de nuevo a crédito el 5% de la propiedad que había vendido al marcharme a Cuba, cuyo importe se había evaporado con la administración manirrota de Matilde, aunque no quiero empañar su imagen, tampoco quiero restarle un ápice a su humanidad, así era con virtudes y defectos.

Entonces vinieron los tiempos más duros, había que enderezar la casa y poner al día nuestras cuentas. Además de la jornada laboral de la tienda, yo robaba horas a la noche, haciendo contabilidades. Matilde me servía café y me leía novelas para que no me durmiese. 

Manolo no acababa de conseguir un buen empleo y me ayudaba con las contabilidades. La liberación llegaría con la academia San Isidoro, pero eso fue más tarde y merece su capítulo. Mi esposa, Matilde, no era una persona especialmente culta, pero leía en alto como si hubiera nacido para eso, su lectura me mantenía despierto y me deleitaba con su voz. 

Volveré a Adelaida, mi hija, y a su actividad de la confección de sombreros. Adelaida y yo nunca tuvimos una gran interlocución, yo además de ser hombre de pocas palabras, carecía de interés por los asuntos que a ella parecían interesarle. De ese modo respetábamos nuestro espacio y convivíamos sin demasiados intercambio de puntos de vista, pero hace poco, creo que estoy al fin de mis días, cogió fuerza y me hizo cantidad de reproches, más adelante sacaré esa conversación más extensamente, pero hoy hablaré del recuerdo que quedó en esa cabecita y como reaccioné cuando me la encontré habiendo abandonado sus estudios y dedicándose a la confección de sombreros.

Es el caso que Adelaida se me quejó, y sé que me adora, me acusó, según ella yo no quería que estudiara. Me dijo algo así:

-Cuando volviste de Cuba no quisiste que siguiera estudiando y me mandaste a un taller a hacer sombreros. Tu nunca quisiste que yo estudiara como querías con todos los demás.

Le dije: -¿Cómo puedes decir o pensar eso?. Adelaida… Adelaida, ¿Cómo dices eso? Siempre os obligué a estudiar a todos, quizá a ti fue a la que más atención presté.

Esta conversación con mi hija, adulta, cargada de hijos y con un marido adorable, se me hizo de lo más incómoda, pero había que poner las cosas en su sitió, si no cada día habría un nuevo agravio y de vez en cuando hay que ser tajante y no dejar que las quejas se desborden.

Adelaida contestó: -Si, a los demás, pero a mí me mandabas a casa de los Vingolea a hacer sombreros.-

Le dije que la historia no era ésa, que recordara que ella y su madre, en mi ausencia y sin consultármelo, habían decidido que ella dejara de ir a clase a la Escuela Normal, donde ella estaba matriculada de tercero a punto de acabar sus estudios y obtener el título, que yo a mi vuelta me encontré esa situación, me enfadé y puse de manifiesto mi protesta. Le recordé sus palabras: 

-Ah bueno, papá, si tu no quieres mañana dejo de ir.- Esto ocurría como recuerdas en el mes de mayo y te dije:

-No Aidina, tu seguirás haciendo sombreros hasta octubre y cuando empiece el curso vuelves a estudiar. Pero mientras no te quiero desocupada, así es que a hacer sombreros que es lo que escogiste.-

Quise recoger esta anécdota para que se comprenda las amarguras que pasé y pasaron los demás ante mi descontento a la vuelta de la fracasada aventura indiana.

 

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