27. La tía Celedonia me paga la visita.
27. La tía Celedonia me paga la visita.
Mujeres en Cudillero Casa de pescador. Cocina económica de carbón. Cudillero, 1925. "Hallazgo de lo ignorado" RUTH MATILDA ANDERSON
El verano posterior a nuestro regreso a Oviedo la tía Celedonia, su nieto Maximino y su nieta, a la que llamaban La Tita, se hospedaron en casa, hubo mucho guirigay. Aunque era frecuente que hubiera visitas con estancias más o menos largas y no sería la última vez que en nuestra casa se hospedaran por largas temporadas parientes y amigos. Los dos “cubanitos” armaban jaleo al vivir juntos con tantos primos jóvenes.
Los niños, La Tita y Maximino eran hijos de mi primo Maximino, lo llamábamos Maxo, hijo y hermano de Celedonia y de mi primo Adolfo respectivamente, el estaba en los negocios de Adolfo, con un papel subalterno y por ello no le dediqué demasiado espacio hasta ahora. De hecho no creo que este mi primo me aparezca en la memoria ya más adelante, lo eclipsaban completamente sus madre y hermano y él disfruto de nido confortable que ellos crearon con sus artes, diría malas artes.
Aunque no quiero que mi espíritu se contamine de cotilleos y maledicencias, recogeré aquí algo de lo que en su última visita me contó Enrique, yo me empeñé en rememorar con él aspectos de nuestra vida para recogerlas en este testimonio, él no es partidario de recrearse en recuerdos que no le gustan, pero ante mi insistencia se explayó.
Él me contó que estaba predispuesto contra La Tita por lo que le contó su hermano Manolo de nuestra estancia en Cuba, que le había contado que ella en Cuba le daba la lata y como él no le hacía caso, ella se quejaba a su abuela, diciendo de él que era un antipático. Sospecho que lo de Manolo y la Tita fue una relación parecida a la que se manifestó en el acoso de ésta a Enrique, éste era mucho más joven e inexperto que Manolo.
Enrique me contó: -Una vez estando en mi habitación, entró La Tita y se encerró en la habitación conmigo. Ella se desnudó y yo quise escaparme de la situación, pero La Tita me sujetaba y amenazaba con gritar, hubo un forcejeo, porque ella no quería dejarme salir del cuarto.
Debió ser una escena curiosa… ¿Qué le vamos a hacer? Supongo la culpa fue del tórrido Sol del Caribe, que la había transformado o conformado, pero supongo que todos los jovencitos que conocí soñaban con que les pasara algo así y no les ocurría. En resumen que “Da Dios pañuelo a quien no tiene mocos”
Así de ardiente era esa adolescente cubana oriunda de las Luiñas y ese tipo de atracción ejercían sobre ella sus primos. Por lo demás, Enrique reaccionó como lo hubiéramos hecho la mayoría de nosotros a su edad.
La tía Celedonia era una fuerza de la naturaleza, su arrojo lo había demostrado arrastrando a sus hijos a Cuba e incluso llevándome a mi que estaba remiso y tan sujeto por mi Matilde, que no consiguió esa vez retenerme, pese a que lo había conseguido cuando pretendí ir a la Academia Militar de Toledo a hacerme oficial, o cuando pretendí irme a la guerra a África con la promoción a teniente, pero Celedonia podía más y no voy a repetir el dicho de “Tiran más...” porque no era el caso, su fuerza era su enorme poder mental, aunque físicamente era poderosísima, mentalmente era más poderosa que nadie. Si algunos de vosotros mis deudos os hacéis ilusiones, no os engañéis, no tenéis genes heredados de ella, era mi tía política y además vosotros tenéis sangre xalda y ella era de los pixuetos. Esa era una barrera racial insalvable, al menos en uniones consagradas por los sacramentos.
La recuerdo como muy habladora y satisfecha de la vida, contaba anécdotas sin parar, captando la atención de todos, hasta los niños se arracimaban para escucharla. Su vozarrón era prodigioso y cuando remedaba los gritos de la playa: -Boga, boga, boga… me decía Enrique: -parecía que iba a tirar el edificio con su voz-.
La tía contaba que de joven, siendo su marido, Adolfo, el responsable de la comandancia de carabineros de las Luiñas, los días de niebla iba ella a la playa, a ayudar en la maniobra de los barcos con contrabando y les daba la señal a voces con esos gritos que ya dije. Su voz hacía al parecer la función de la sirena de los faros y con ellas se guiaban los contrabandistas para entrar a la playa sin encallar. ¡Qué vozarrón! Este es mi recuerdo, pero doy un apunte para mis descendientes, que no deben hacerse ilusiones, no tenemos esos genes de voz poderosa, Celedonia no os los pudo transmitir, no sois de su sangre. De hecho, muchos de nosotros padecemos de afonías semicrónicas.
Luego ella hablaba con admiración de su cuñado Manolo, que era según ella fuerte como un oso… que cuando ella lo veía cargar su revólver, tenía la impresión de que iba a chafar las balas con aquellos dedos tan gruesos. Me contaba Enrique que cuando escuchaba aquello, pensaba que si ella que era una fuerza de la naturaleza decía eso de Manolo, ¿Cómo sería ese hombre en realidad?. Yo sí puedo decir que sí, yo lo vi, vi al tío Manolo amarrar el barco en Luarca cuando llegamos de Málaga Paco y yo y sí era un titán capaz de enfrentarse a los embates del mar, pero su garganta lo perdió no muy viejo y sé que sus hijos también tienen ese punto débil son corpulentos pero varios de ellos acabaron con enfermedades malignas de garganta.
Yo había tratado a mi tía Celedonia desde niño, siendo nosotros algo así como niños huérfanos, sin padres a la vista y viviendo en casa del maestro de Oviñana, que no dejaba de ser un extraño para nosotros, una tía con el carácter de Celedonia adquirió cierto ascendiente conmigo.
Nunca perdí esa relación especial con la tía Celedonia, aunque las cartas se fueron espaciando y luego creo que muerto su hijo Maximino y la vergonzosa escapada de Adolfo a Méjico dejándolos a los demás en Cuba la avergonzó. Ella me considera un hombre estricto y aunque era capaz de contarme los disparates de sus intervenciones puntuales en el contrabando, y otros relatos de conductas inmorales de su marido e hijos e incluso otras delictivas. Lo cierto, es que a mis ojos esta mujer fue la persona que conocí que demostró tener más capacidades, aunque no siempre las usó para hacer el bien. Tal vez lo más parecido a mis ojos que hizo la tía Celedonia con connotaciones buenas, fue su capacidad de mantener unida su familia, aunque dejara atrás a su marido y se le escapara su hijo Adolfo a Méjico.