30. Mi hija Matilde y su experiencia de comienzo de la vida profesional.

30. Mi hija Matilde y su experiencia de comienzo de la vida profesional.

Mi hija mayor, Matilde Echeverría Bengoa

En este capítulo recogeré una creación de mi hija mayor en base a su experiencia aldeana en la que se vio envuelta, recoge algunas supersticiones. Pero antes debo contar una situación el la que me puso mi hija mayor, la verdad es que uno se ve representando papelones por sus hijos. ¿Quien me iba a decir a mi?.

Una mañana de verano, en vacaciones escolares, la casa estaba a tope, era domingo, habíamos vuelto de misa de 11, recibimos una visita inesperada. Se nos presentó un señor formalmente vestido como de mi edad y con una acento gallego pasado por Argentina arrastrando las vocales. Este señor pidió hablar conmigo y yo que estaba en mi gabinete “haciendo contabilidades”, con ropa vieja para no mancharme de tinta, me vi obligado a arreglarme y salir a la salita a recibirlo. Mis hijos desalojaron la sala para dejarnos intimidad.

Se me presentó como don Fulano de Tal y Cual, me dijo que era indiano y que después de estar una porción de años en Argentina había vuelto a su aldea local de Santaballa y que allí vivía una vida “decente” y bien relacionado socialmente en el Club de Indianos de Santaballa y que también era socio de los tres casinos de Villalba. Vamos… entendí que llevaba una vida confortable y disponía de unas rentas suficientes para que a la familia que quería constituir no le faltara de nada.

Me hizo grandes alabanzas de mi hija Matilde, la mayor de mis hijos, de sus virtudes, cultura, sensibilidad y lo finísima que era y no sé cuantas lisonjas más. Yo no sabía como salir de aquella situación, más teniendo en cuenta que no había tenido la mas mínima advertencia de Matilde. 

No es que no me gustara la propuesta, me parecía descabellada, era un viejo, no dejaba de parecerme un aldeano ceremonioso. Pero no era mi decisión y no entendía porque me pedía permiso, si estaban de acuerdo yo no tenía nada que decir, si no estaban de acuerdo me preguntaba: ¿A qué venia esa visita y la reunión privada sin estar Matilde delante?. 

Pensé: -Debo llamarla y que afronte el embrollo que ha armado-

Fui clemente, escuché pacientemente todos los considerandos de “don Fulano”, le dije que lo consultaría con mi mujer y que tendría noticias nuestras, había dejado tarjeta con su dirección.

Pensé que si la respuesta tenía que ser una negativa, debía ser asumida por nosotros, como nuestra, y darle a Matilde una salida, para que su estancia en Villalba no se le hiciera más incómoda, pero cuando me acuerdo…

Pasado un tiempo conocí otro pretendiente de Matilde, Prudencio, éste es más acorde a su edad y formación, es maestro como ella, pero se le notaba que tenía el bachillerato y una cultura nada desdeñable. En la presentación en nuestra casa estuvo comedido, sujetando su lengua y no explayándose en sus opiniones. De Prudencio después descubriría que era buen conversador y aunque yo no lo soy, tuvimos muchas oportunidades en los últimos años de intercambiar puntos de vista, descubrí que era un hombre interesante, aunque en mil aspectos está muy lejano a mis puntos de vista. 

Este hombre habla francés a la perfección y leyó de muy diversas fuentes, por lo que tiene mucho que aportar, aunque en mi opinión saca conclusiones que desde la misma información en muchas ocasiones no concluyen en las mismas percepciones que yo, pero es una buena compañía y un buen conversador. Matilde y Prudencio tienen una hija que colma mi satisfacción por sus aptitudes y actitudes, dediqué muchas horas a sus estudios y el resultado no puede ser más prometedor, acabó su licenciatura brillantemente y es profesora de Lengua y Literatura en un instituto.

Habrá oportunidades de ir contando el desarrollo que recuerdo de su vida.

Casi por las mismas fechas de conocer a Prudencio conocí a mi futuro yerno Manuel S, de este es necesario usar el apellido, porque como en casa hay otro Manolo, el apellido se hace imprescindible para diferenciar a mi hijo de mi yerno. Adelaida y Andrés S, que era Policía de Asalto, se casaron y tuvieron 7 hijos de los que sobreviven seis, pues la maravillosa Aidina falleció por contraer una difteria pasada la guerra, pero ya llegará el momento de hablar de esa tristeza que se amontonó con mi angustia por haber perdido casi por las mismas fechas a mi añorada Matilde, para lo que me auxiliaré de la correspondencia de la familia que afortunadamente conservo.

De Manuel S tengo que decir que fue un apoyo muy grande para la familia en los peores momentos. Durante la Guerra Civil pasamos las angustias de las convalecencias de las heridas, que en algunos no se acababan nunca y en las cuales el apoyo en logística de Manuel S fue fundamental para nuestra vida. 

Este hombre de buen aspecto, de buen físico, tiene su origen en una familia de artesanos por lo cual su formación académica era más débil. Pero lo superó con el esfuerzo, estaba dotado de unas condiciones innatas que lo hacían tremendamente capaz. Ya ha fallecido, el tabaco es un gran enemigo de la humanidad y Manuel S pagó su tributo al placer que le proporcionó ese vicio.

30.1 La Santa Compaña

Teresa vivía en Villalba de Lugo, realmente no en la villa de Villalba, si no en una aldea próxima, una aldea de viviendas bastante dispersas. Teresa había sacado recientemente una oposición a Maestra Nacional. Era su primer destino… lo que vamos a contar ocurre a finales de los años veinte en la Galicia rural.

La semana laboral de Teresa era de 6 días, por aquellas fechas solamente el domingo era no lectivo y lo pasaba en la villa. El resto de la semana estaba en la aldea y se relacionaba con las pocas personas que vivían en el lugar, particularmente con sus alumnos, también recibía consultas y atenciones de los padres de los alumnos.

Teresa se había criado en Oviedo, pertenecía a una familia numerosa y la vida solitaria le resultaba poco motivadora. En sus horas libres se buscaba actividades que le sirvieran de entretenimiento, algunos días acompañaba a la criada de la casa a recoger la leche, o a hacer algunas compras al comercio local, que hacía las veces de taberna, centro de reunión de hombres y supermercado.

En general la gente de la aldea era simpática, pero no dejaba de haber alguna persona hosca, en concreto había un hombre de mediana edad, llamado Bonifacio, de conducta asocial y más bien temido por sus vecinos, en particular por las chicas jóvenes ya que en alguna ocasión había tenido asuntos con la Justicia, por abusos o intentos de abuso.

Una tarde ya anocheciendo Teresa y Fina, que así llamaban a la joven criada de la casa, se dirigieron a la taberna local a realizar algún encargo y se entretuvieron en el camino, ya anochecía y los setos estaban cubiertos de luciérnagas ¡Qué divertido les resultó llenarse el pelo de ellas! Mientras se distraían haciéndose comentarios sobre cómo resultaban, vieron a lo lejos venir a Bonifacio, y aunque no estaban lejos de la taberna no les hizo ninguna gracia el encuentro. Claro que al ser dos, la una infundía confianza a la otra, además Teresa con algo más de mundo tenía más confianza en sí misma. Esperaron ver pasar a Bonifacio dándole la cara y cuál no sería su sorpresa al ver que Bonifacio no se percató de su presencia hasta llegar a unos metros de ellas, su reacción fue desconcertante, dio un grito y salió corriendo despavorido, desapareciendo en la distancia.

Teresa y Fina continuaron su camino sin detenerse y al llegar a la taberna las sorprendió un gran revuelo. Varios hombres rodeaban alguien que estaba sentado en un banco corrido, apoyando sus manos y su cabeza en la mesa. Todos a la vez intentaban reanimar al desgraciado, con palabras unos, con gestos otros. Toda la concurrencia se empeñaba en que tomara una copa de orujo.

Bonifacio aseguraba que acababa de ver a La Santa Compaña.

Fina se asustó mucho, Teresa más serena se ocupó de los recados y ambas se encaminaron a casa. Por el camino Teresa reconfortaba a Fina que no recuperaba la serenidad.

-¿Pero no ves que fuimos nosotras?-, le decía.

Fina razonaba: -Bonifacio no es bueno, pero no es un hombre cobarde. Si él vio a la Santa Compaña, es que vio a La Santa Compaña-

De ese modo quedó establecido que en Villalba aún en esos días La Santa Compaña seguía visitando las aldeas… siendo la premonición de una muerte anunciada. Bonifacio tardó unos días en morir. La Santa Compaña preconizaba la muerte en la noche siguiente. Pero al fin y al cabo la muerte anunciada se había producido…

30.2 La versión del penado de la Santa Compaña

Fueron unos días agitados, ahora acabado el funeral compongo los recuerdos y pienso que a veces las supersticiones son útiles a la Comunidad, e incluso a veces para algún alma descarriada .

Todo comenzó aquel martes en casa de don Celso el mayorazgo, cuando íbamos a comenzar a cenar. Bueno, el martes hizo ocho días. Llegaron las mozas muy excitadas. Matilde, la maestra que se hospedaba allí, dijo: 

-Cuando volvíamos de la tienda, ya estaba oscuro y jugábamos a ponernos luciérnagas en el pelo, era junto a los setos, llegó un hombre, se paró, nos miró, dio un alarido y se marchó corriendo como un loco… gritando, muy asustado, decía algo así como: a mí no… a mí no-.

En la cena comentamos el incidente, pero las mozas no eran capaces de decirnos quién había sido el hombre, decían que no era joven por el correr pesado. Matilde dijo: 

-No era joven, pero era grande y zarrapastroso-.

Luego esa noche, ya tarde, unos golpes aporrearon mi puerta, no suelo recibir visitas a horas intempestivas. Pensé: una extremaunción, alguien que se puso malo. Lo normal en casa del cura de la Vilaveya.

Me puse el hábito sobre el camisón de dormir, me quite el gorro cónico que usaba para combatir el frío en la cama y abrí el cuarterón superior. Era Venancio él de Jacinta, ese ser solitario, que vivía entre la Mourela, cerca de la Cuiña, no tenía amigos, aunque sí se relacionaba en la taberna con los hombres que la frecuentaban… No era muy de misas y cuando bebía bravuconeaba de sus conquistas.

Quería confesarse. Le dije:

-Es muy tarde Venancio.

-¿Por qué no lo dejamos para mañana?-

-Mañana será tarde don Camilo, la Santa Compaña viene a por mí y quiero estar preparado-.

Lo interrumpí: 

-¡Eso es una tontería!.

-Usted no sabe, fui muy malo... pero quiero aprovechar, quiero ir al cielo como las beatas, cuando niño usted nos decía que basta un momento de… arrepentimiento-.

-Además a lo mejor si me confieso la Santa Compaña no se atreve a venir a por mí, para qué quieren a uno que no va ser un alma en pena, sí usted me confiesa, como voy al cielo, ya no tendré que penar por los caminos-.

Al día siguiente no había amanecido y ya me esperaba el la puerta de la Rectoral. Pasamos a la iglesia y en el confesionario se disparó acusándose: 

-Padre, don Camilo, yo fui un hombre muy malo y muy hombre, se acuerda usted de la Andrésa que apareció estripada en la fraga Dapena, pues fui yo-

-Oiga, yo no quiero condenarme, sé que fui malo, pero, aunque no me acuerdo bien, creo que Dios perdonó a la Madalena que era muy puta y eso es peor, yo sólo soy muy hombre-

-Hijo, Dios todo lo perdona, pero cuéntame, ¿Qué te pasa, por qué estás aquí? y así podré…-

-Ya le dije, es por la Santa Compaña, padre… usted sabe que yo nunca fui muy de misas, pero la Santa Compaña es otra cosa, la vi esta noche y tengo miedo a que venga a buscarme cuando me acueste, por eso no dormí esta noche. La vi ayer antes de ir a su casa-.

-Eso es imposible-.

-Como lo estoy viendo a usted ahora… fue en la esquina del camino junto a la casa del mayorazgo-.

-Yo iba caminando… oí a dos mujeres… el Malo me engañó, me fui a ellas, ya sabrá lo que me gustan las hembras, creí que eran la maestra nueva y la Fina, la criada del mayorazgo. Pero no… cuando volví la curva vi a la Santa Compaña esperándome, no sé si me vieron, sólo vi a dos, tenían fuego en el pelo, estaba muy oscuro, corrí para que no me dieran la antorcha…

-Padre yo no sé qué hacer, he pensado en poner muchas velas a la virgen, pero ella no las va a aceptar… además yo fui el padre del hijo de la molinerina, ella decía que no quería pero yo la forcé… Siempre se resisten pero les gusta ¿Sabe usted? Pero… que va a saber usted, los curas no son hombres, aunque Colás dice…-

-Calla pecador, no seas sacrílego…-

-Venancio, la Santa Compaña no existe, así que no pudiste verla-

-Tan cierto, como lo estoy viendo usted, de lejos oí las voces, ya le dije, me engañó con las voces de la maestra y la Teresa, pero cuando me acerqué vi a los fantasmas con el pelo lleno de fuego y van a venir a buscarme… menos mal que salí corriendo y que no me pudieron dar la antorcha del relevo, si no, no lo cuento…-

Reconforté a Venancio como pude y se fue a su casa apesadumbrado. Nadie lo vio por la aldea en varios días y cuando fui a ver que era de su vida, lo encontré muy débil, delirando y rodeado de botellas vacías. Avisé a Clarita la caritativa hermana soltera del mayorazgo, que fue solícita a socorrerlo, no hubo solución, cuando la vio de negro comenzó a gritar en los vapores del alcohol:

-A mí no, a mí no, yo no hice nada, ellas siempre querían, siempre querían, yo no tengo la culpa de ser así, tan hombre-.

Bueno, al fin y al cabo, de buena nos hemos liberado. Y aunque soy sacerdote y no debía decir esto,  estoy inclinado a pensar que la Santa Compaña existe y se presenta en la fantasía de las personas que la necesitan.

Recogida la anécdota de la petición de mano disparatada de mi hija Matilde y de su creación en el relato de la experiencia en el caminar en la oscuridad por las calellas de Lanzós, en el Lugo rural, vuelvo a mi relato.

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