35. La acción de la Loma del Canto. El día de Lepanto o de la Virgen del Rosario.
35. La acción de la Loma del Canto. El día de Lepanto o de la Virgen del Rosario.
Zona donde se produjo la ofensiva de la loma del canto
El verano pasó con escaramuzas y acciones que generaban bajas, pero la defensa de Oviedo no corrió peligro en ningún momento hasta el 7 de octubre, fecha que como creo que os he contado se libró en Oviedo una acción muy sangrienta en la Loma del Canto. Allí hirieron a Pablo, a Juaco y finalmente a Enrique.
Ese día parecía que Oviedo caería en manos de Los Rojos, se temía una masacre con la revancha del 34. Estaban sedientos de revancha, aunque los revolucionarios habían asesinado a más de mil quinientas personas y la represión gubernamental había dejado la cosa en una única condena de muerte ejecutada, las demás condenas perdonadas y ya pasados menos de dos años no permanecía nadie en las cárceles, los golpistas asesinos, o no, habían sido amnistiados.
Cuando parecía que nos rompían el frente por el Naranco Aranda concentró allí a sus fuerzas de modo que la sección en la que servían Pablo, Enrique y Juaco pasaron a estar defendiendo el puesto llamado de La Loma del Canto. Mandaba el sector el comandante Vallespín, que murió en esa acción, pero lo cierto es que hubo una ofensiva de Los Rojos en la zona y los nacionales intentaron recuperar la posición perdida.
El comandante Vallespín había sido acusado de cobardía, con ocasión de la Revolución de Octubre del 34, en la que el Gobernador Civil había neutralizado a los militares, en mi opinión una acusación muy injusta. En el 34 López Ochoa cuando entró en Oviedo cargó sus iras contra la oficialidad de una forma muy injusta. Por esta circunstancia dos años después el comandante no se permitió a sí mismo perder la Loma. Su sargento de confianza era Juaco, Enrique era para él menos conocido, Juaco era muy extrovertido y además se llamaba como yo y mi nombre era para él algo familiar, creo que le daba confianza al comandante tenerlo con él. Pablo era soldado raso por aquel entonces.
La primera contraofensiva la dio el pelotón de Juaco, con quien iba también mi hijo Pablo, que iba reforzado por otras fuerzas. Él tuvo el protagonismo hasta que cayó herido. Al ver bajar a Juaco en camilla el comandante envió a Enrique con su pelotón a reforzar el ataque. Enrique avanzó hasta el hórreo bajo el que se defendían Los Rojos, tenían allí un fusil ametrallador que hacía mucho daño. En el intercambio de fuego a Enrique le estalló una granada a su lado y le dejo la cara hecha un poema, desde entonces lleva metralla en la cabeza hasta hoy. No se la sacaron, ni entonces, ni después. Le quedaron cicatrices en otras partes, fruto de esa metralla. No sé si antes o después de la granada Enrique recibió dos disparos en la cadera, que lo dejaron cojo por una buena temporada. Pablo había intervenido en el avance dirigido por Juaco y también había sido herido, ambos estaban en el hospital de campaña hacía horas, cuando llegó Enrique.
Al parecer el pelotón de Enrique reforzado por los soldados de Juaco útiles, llegaron a la línea de resistencia, cuando resultó herido, ya desesperado lanzó una granada bajo el hórreo y disparó cuanto pudo, el fusil ametrallador del hórreo enmudeció y ya en el silencio es cuando manda retirada a su gente y él se arrastra colina abajo.
Enrique se arrastró y bajó loma abajo como pudo, en el puesto de mando lo recogieron y cuando el comandante Vallespín vio que no le quedaban personas de confianza que enviar, se hizo cargo de la ofensiva y allí murió. No permitió que de nuevo alguien dudara de su valor.
Enrique fue conducido al hospital, donde estaban desde hacía horas Juaco y Pablo, que ya habían recibido las curas correspondientes y se preguntaban por su hermano. Su hermana, mi hija Matilde que conoció la acción y que tenía hermanos heridos, se presentó allí y estaba haciendo de enfermera.
Cuando Enrique llegó al hospital de campaña estaba muy ensangrentado, la granada le había roto el lacrimal derecho y de ese modo la sangre, junto con el agua incontenida, había empapado sus ropas y un montón de lienzos que le habían puesto por encima. La herida era mucho más escandalosa aún que la gravedad real, que como se verá fue grande en consecuencias para su vida posterior.
Pese a todo, en el hospital parecía que por muy feas que fueran sus heridas, a los Echeverría les había tocado la lotería, al saber que Enrique estaba vivo. Me contó Enrique que el jolgorio organizado por Juaco y Pablo fue tremendo cuando lo vieron llegar, pese a su estado, me decía:
-Conoces a Juaco, su optimismo, o más bien su alegría explosiva, hasta consiguió contagiar a Pablo, que sabes es mucho más contenido, ese día no se lo veía frio en la recepción que me hicieron, fue tremenda, pese a mi estado, que parecía mucho peor que cómo yo me sentía.
Juaco y Pablo abandonaron en seguida el hospital, pues se entendía que estaban mejor en casa, dado que el hospital estaba siendo bombardeado por Los Rojos. Enrique estaba mucho peor y permaneció en el hospital hasta el día 15.
Cuando operaron a Enrique de las heridas de la cadera, para extraerle las balas le pusieron una inyección de anestésico, según él entre las costillas, lo pincharon desde la espalda, como era muy dolorosa el médico dispuso que lo sujetaran entre dos enfermeros. Una hora después la anestesia no había hecho efecto, de nuevo lo inyectaron, pero de nuevo falló la anestesia. Enrique, al ver que la anestesia no funcionaba, pidió ser operado ya y por fin lo operaron y me contaba que le dolió menos la operación en vivo que las inyecciones intercostales. Para la operación lo ataron y para que no se moviera volvieron a sujetarlo los enfermeros. Al parecer en plena operación el médico le dijo:
-Aguanta usted más que un mulo.
El hospital estaba en la calle Santa Susana, al borde del Campo de Maniobras. El día 15 de octubre la zona del Campo de Maniobras, que era como se llamaba la zona norte de Oviedo por encima del parque de San Francisco, estuvo a punto de caer en manos de Los Rojos, era una zona difícil de defender por estar al borde de un descampado. Aunque también ese terreno despejado obligaba a los asaltantes a correr a campo abierto exponiendo su cuerpo a los disparos de los defensores, para esos asaltos hace falta gente decidida y dispuesta a arriesgar y parece que los de enfrente no fueron suficientemente decididos.
Si hubiéramos sido nosotros los asaltantes el hospital hubiera caído, pero para eso hace falta tener gente resuelta, como lo éramos los defensores de Oviedo que hicimos aquella gesta. Hoy hay una plaza en lo que fue el campo de maniobras que lleva ese nombre: Plaza de la Gesta.
Cuando parecía que no se podía defender el hospital Manuel S y Matilde, mi mujer, fueron al hospital a por Enrique. Mi yerno Manuel S “requisó” u carrito de reparto, que llevaba un chaval, subió en él a Enrique y corría en zigzag para evitar los disparos, estaban paqueando las calles de Oviedo, que era como se llamaba a la acción de los francotiradores. Manuel se protegía en las esquinas de las casas de los ángulos de tiro. Manuel gritaba y se reía con las curvas que hacía con el carrito para desdramatizar el peligro, lo trajo a casa a Martínez Vigil. Enrique contaba la conducción del hospital a su casa, como algo cómico, como si hubiera estado en una atracción de feria, conducida por su cuñado Manuel S.
Hace unos días cuando Trini, vecina del primero, se enteró que voy avanzando en referir las historias de mi familia me paró en la escalera y me dijo: -Lo guapu que era Enrique, me acuerdo cuando llegó heriu y lu subieron por la escalera con les muletes, me acuerdo como si fuera ahora-
Decía: -yo estaba emocionada viendolu heriu, viendo al héroe que era, tenía más alegría por velu vivu, que pena por velu heriu.
Me sorprendió porque como no soy expresivo nunca me paran para hablar, solamente el “buenos días”, “buenas tardes”, pero ese día Trini necesitaba decírmelo.
Insistió: -¡Como me acuerdo de aquellos mozos!, ¡Tan jóvenes, tan valientes, tan guapos! Buenu, de Enrique acuerdome de velu despues, tan guapu, tan altu, heríu, subiendo les escaleres con el bastón…”
Sin animo de desdramatizar aquellos días de entusiasmo para mi familia y de preocupación para mí, aunque cuando vi que mis cuatro hijos varones seguían vivos fue un alivio. Las heridas de Enrique con la cabeza ensangrentada no dejaban de preocuparme.
Voy a contar una anécdota. En Oviedo hay un catedrático de Químicas, cuyo hermano es su adjunto, ambos han ocupado la catedra de su padre, que dicen era una eminencia.
Uno de ellos es amigo de Juaco de la carrera o tal vez los dos lo son, o lo eran, Juaco lleva tiempo viviendo lejos de Oviedo. El mayor de nombre Antonio, estaba en el pelotón de Juaco y salió indemne del combate, contó Antonio, que en la humareda y entre la niebla, no veía bien la línea enemiga y se encontró con otro combatiente e intercambió su fusil por un saco de granadas. Cuando las tropas de Juaco se retiraron Antonio se replegó algo retrasado y apareció con una saca de granadas y explicó que se las había cambiado a uno que prefería el fusil, en el desorden y lo desesperado de la acción ya no se dio más importancia a la cosa.
Días más tarde Juaco me decía que Antonio, corto de vista, había cruzado las líneas sin advertirlo y cuando me oyó gritar retirada se replegó sin ser consciente de lo que había hecho: hacer un intercambio con un minero de los que asediaban Oviedo. Hoy costará trabajo creer esto, pero así de desordenadas fueron las cosas. Lo cual no resta dramatismo a una acción desesperada, que costó un gran número de muertes y heridos en ambos bandos, en comparación de número de hombres que participaron en ella.
Esa acción también da una anécdota que me contó Enrique, estando tirado en el suelo, frente al hórreo en el que se refugiaban Los Rojos con un fusil ametrallador, oyó que uno de ellos decía:
-Virgen Santa eran de los nuestros-.
Enrique pensó que el que dijo eso interpretaba que desde el hórreo habían ametrallado a su propia gente. Pero lo que le sorprendió fue que desde una posición de “rojos comecuras” se usara la expresión: “Virgen Santa”.
Manolo, que es el más “literario” de mis hijos, asegura que Cervantes había tenido la premonición de la importancia de la fecha del siete de octubre en Oviedo y que de su pluma había dejado escrito:
-“El siete de octubre es la fecha más gloriosa que han de ver los siglos pasados presentes y venideros…”. O algo así.
Sabéis que el siete de octubre, día del Rosario, se conmemora la batalla de Lepanto, pero esa es la gloria de toda La Cristiandad y la Loma del Canto es nuestra Gloria.
Manolo se queja de no haber podido participar y por tanto de no haber sido herido, recojo una carta que le envié a Pablo en la que comento su queja y no me resisto a exponer mi comentario.
Con esta carta me adelanto a las serie cronológica de las cartas, pero creo que dado el tema que trata vale como ejemplo de cómo vivíamos aquel momento y las insensatez es que tenía que escuchar y soportar. En esta carta hablaba de mi herida, que me traía a mal traer desde hacía mes y medio, la realidad es que estaba incapacitado, con una imposibilidad de caminar arriba de cuatro pasos. Esta carta dice así.
Navia 5 abril 1937.
Querido Pablo: yo estaba esperando carta tuya y como seguramente tú estarás esperando la mía, me decido a escribirte.
Un cuarto de hora después de marchar tú llegó Adelaida con Lorencín y María Teresa, figúrate cuando sintió no llegar a tiempo para verte.
Ayer recibimos carta de Manuel S del 24 marzo, dice que está allí con Enrique y que todos los días van a la Paloma.
Al mismo tiempo recibimos otra de Manolo, sigue en el tren ambulancia y quejándose de que es el único de la familia que no fue herido. Ya ves que mentecato, si pudiera yo le regalaba de buena gana mi herida y así quedábamos los dos contentos.
Mi salud es cada día mejor. La herida del hombro va muy bien, pero la de salida de la metralla en cambio muy despacio, Al parecer tendré para algún tiempo. Menos mal qué es la que menos me molesta salvo en el momento de curarme.
Tu mamá me manda preguntarte si los zapatos de suela de madera te sirvieron para algo.
Contesta pronto, dinos cómo estás, qué haces pues hasta lo que a ti te parezca más insignificante a nosotros nos agrada.
Hace días recibimos carta de Juaco, dice que está trabajando mucho y después del trabajo que tocan la gaita y el tambor, cantan. Al anochecer rezan el rosario y después a dormir el que no tenga servicio.
Hasta aquí lo escribí ayer 4 y esta mañana recibí la tuya del día 2, que nos alegró mucho. Ya te digo las noticias que tengo de todos, sólo falta decirte que Matildina y los tres niños mayores están bien en Ponticiella, según noticias de hoy. Hacia el día 12 vendrán Matildina con ellas y estará aquí unos días. Si puedes venir entonces verías a todos. Las noticias más atrasadas son de Manuel S y Enrique, éste es un perezoso que aún no me escribió desde el 26 que pasó por aquí.
Me alegro mucho que trabajéis. A mí me daba rabia y vergüenza cuando en Oviedo llegaba a una posición y observaba que no se habían tomado todas las medidas para ponerla en el mejor estado de defensa. Algunos disgustos se hubieran evitado si hubieran trabajado, así no eches esto en saco roto.
Yo no he salido todavía porque ahora está el tiempo algo desapacible, pero en cuanto no haga tanto viento procuro pasear todos los días bastante tiempo, ya que puedo andar.
Ayer tarde pasaron bastantes Soldados hacia ahí y por la noche soldados en dirección a Galicia.
Nuestras fuerzas dieron un buen empujón en Bilbao, pero yo creo que se trata sólo de que retiren Los Rojos fuerzas de Asturias, esto es una apreciación mía que pudiera ser equivocada.
Manolo me habla de la próxima caída de Madrid en una forma que infunde confianza. Parece que es el mal tiempo que lo tiene todo paralizado, falta hace que aquello se termine pronto.
Dice tu mamá que te cuides mucho y que si necesitas algo lo pidas.
Bueno, Pablo contesta pronto.
Muchos besos y abrazos
Matilde Joaquín Adelaida
PS se recibió el giro
(firma Adelaida)
Lo cierto es que el bautizo de sangre de nuestra familia fue impresionante, dolorosísimo. Pero también es cierto que teníamos el consuelo de haber repelido el ataque y Oviedo seguía resistiendo. He dado muchas veces gracias a Dios por nuestra suerte, que ya decía mi abuelo que él y yo la tenemos especial. Pese a lo cual no dejaron de ocurrirnos desgracias, para mi abuelo la muerte de su querido hijo Juan, la muerte de mi esposa y cierto infortunio económico que nos trajo la Guerra, o más bien la necesidad de hacer aquella guerra a la que nos empujaron los que nos querían esclavizar.
Con esta carta me adelanté a mis heridas en la defensa de la Tenderina, en la otra ofensiva a Oviedo que parecía que todo se había acabado. Los Rojos estuvieron a punto de entrar, de haberlo conseguido hubieran matado a los combatientes y yo no estaría escribiendo esta crónica ni vosotros existiríais, nos hubieran matado a todos los que nos “levantamos” el primer día, una gran pérdida para la humanidad, pero la Divina Providencia estaba allí.
La guerra se llevaría por delante a Matilde, mi esposa, el médico certificó una intoxicación, yo no sé si fue diabetes. También a la maravillosa niña, a mi nieta Aidina, se la llevó una difteria. Esta última muerte, ya en posguerra, pero con la carencia de todo, la de una niña de menos de siete años, produjo un dolor inmenso en sus tíos, de sus padres para que hablar.
Pero la vida siguió para los vivos y las consecuencias físicas más dolorosas las sufrió Enrique, con sus secuelas de epilepsia y dolores de cabeza insoportables. Para combatir esas dolencias no comía más que verduras y leche cuando se conseguía, no probaba el vino, le hicieron adicto al Luminal, un barbitúrico que le recetaron para evitar los ataques de epilepsia. La verdad es que tiene una voluntad de acero. Me quejo de que no escribía Enrique, no me imaginaba que había comenzado a tener esos horribles ataques de epilepsia.
A raíz de la ofensiva que estuvo a punto de acabar con nuestra resistencia se reforzaron las zonas más vulnerables, a mi me hicieron responsable de la zona de la fábrica del gas y mi nombramiento se escribió a mano en el reverso de un impreso:
Como anécdota recuerdo una que me dejó un recuerdo curioso. Como en Oviedo no funcionaba la traída del agua, nos suministrábamos de los pozos y uno de los que usábamos estaba en el convento de las Pelayas. En una ocasión entre en el convento solo, iba a cargar agua en unas garrafas que movíamos con una carretilla. Me dieron paso y acceso al pozo y de pronto me vi rodeado de monjas, el convento era de clausura, sospecho que muchas de ellas, particularmente las más viejas llevaban años sin ver un hombre, salvo a los sacerdotes vestidos con ropas talares en los oficios religiosos. Me miraban fijamente sin perder un instante de mis movimientos. Pensé: “Pobres monjas, creerán que todos los hombres son como yo, pequeño pero delgado. Decidí que para la próxima carga de agua enviaría a un muchacho lucido, para que supieran al menos que entre los defensores de Oviedo había hombres con un aspecto mas gallardo.