A manera de prologo
A manera de prologo
Dos personas sintetizan todo, son Ignacio Echeverría Miralles de imperial y mi padre.
No pensaba divulgar esta crónica. Pero mi hijo Ignacio ha tomado tal dimensión que creo que merece que se le dedique el recuerdo a su familia; su fama empañó la de todos sus antecesores pese a lo ejemplares que fueron muchos de ellos.
Si buscamos un antecedente, lo sería Enrique Echeverría Bengoa, mi padre, que pasó su vida haciendo lo que consideraba su deber, renunciando a sus intereses personales y sometiéndose a su destino. Él quería ser profesor de Matemáticas, pero su prioridad pasó a ser la defensa de España, y esta convicción lo movió a intervenir de manera activa en aquella guerra.
En una acción resultó gravemente herido en la cadera y en el cráneo, como consecuencia sufrió ataques de epilepsia, cómo tantos elegidos por la diosa Fortuna. Él se negó a dejar la Legión, donde era oficial, y pasar a Transmisiones, como se le propuso. Entonces se lo declara inválido y él renuncia a pasar al Cuerpo de Caballeros Mutilados, con la esperanza de volver “al frente”.
Luego, restablecido, volvió a incorporarse al servicio activo en el frente, en el batallón que mandaba uno de sus hermanos. Tuvo que hacerlo como civil, ya que pese a todos sus esfuerzos para impedirlo, había sido declarado inválido.
La posición de su familia lo llevó a ser jefe de Falange de una zona de Oviedo, cargo al que renunció en el año 1940 por la convicción de que el Gobierno de Franco no estaba siendo fiel al objetivo para el que se había hecho la Guerra Civil.
Nunca le interesó la política. De hecho, al comienzo de la posguerra rechazó la propuesta de la autoridad política de Asturias para ser gobernador civil en alguna provincia.
En 1943 era profesor en Ciencias Exactas en Oviedo. Renunció cuando el Gobierno decidió cerrar esa facultad; podría haber seguido en la universidad, pero tomó la decisión de presentar su renuncia. Se trasladó a Guinea Ecuatorial con el Instituto Geográfico para realizar trabajos cartográficos en aquel territorio.
Cuando la política hizo inoperativo al Instituto Geográfico en Guinea volvió a la Península. Los funcionarios en trabajos extrapeninsulares tenían doble sueldo. Le recomendaron hacer lo usual para no perder esta ventaja económica, pedir una baja por enfermedad y prolongarla sine die. No lo hizo.
En mi opinión , mi padre siempre puso por delante de todo su dignidad y su honor. Por delante de lo que le hubiera sido más útil, conveniente o rentable. Así que después de su fallecimiento, cuando decidí escribirle con mis reflexiones, llamé a la serie de epístolas “Cartas al Chamán”.
Mi padre me recordaba al chamán de una historia que leí siendo adolescente. Un individuo que para conseguir la perfección emprendió una larga y penosa búsqueda en la que perdió un ojo. A la vuelta al clan, después de su viaje expiatorio, pasó a ser intocable en el mejor sentido de la palabra. Pasó a ser una especie de persona bendita cuya familia pagó las consecuencias, ya no podían ser protegidos por él.
Al escribir las “Cartas al Chamán” no me imaginaba que mi hijo Ignacio se pondría a su altura.
Un hombre que lo conoció me dice:
Hay que pagar por el privilegio de tener tan próximas a estas personas que defino con un verso del Arcipreste de Hita en su magna obra de "El libro del buen amor"
»tal omen como éste non es en todas erías.»