4 Mi madre.

4 Mi madre.

Mis primeros recuerdos son andaluces, aunque yo nací en Galicia, en La Foz de Lugo. 

Mi madre, se llamaba Adelaida, lo llenaba todo, me hablaba de sus padres y de su hermana María. Recuerdo como describía su casa, la de sus padres en Cabo Busto, o como decía como eran las grandes planicies sobre el mar. Cómo describía, ¡con tanto amor!, que en las pequeñas bahías se formaban pedregales en los pies de los acantilados, luego conocí que eran de pizarras y areniscas y cuando las bahías eran más grandes había playas con arena, pero este recuerdo ya está reforzado por mis vivencias, por lo que no sé diferenciar lo que contaba mi madre de lo que conocí en mis correrías con Paco, después de que ella falleciera.

No sabía yo entonces como iba a disfrutar de esos paisajes y esas bajadas al mar desde el cabo Vidio, mariscando en los pedreros con Paco, mi hermano pequeño, tan alegre, siempre pendiente de él, de sus ocurrencias de sus travesuras.

Mi padre se llamaba Bernardo, que era el menor entre cinco hermanos varones, os cuento eso por que resulte más cercano a los posibles lectores y conocer mejor sus historias.

La labor del Cuerpo de Carabineros era, como ya he dicho, en una buena parte la represión del tráfico del tabaco, con lo que perseguían el cultivo tanto como el desembarco.

Nos contó mi madre que en cierta ocasión, supongo por el año 1.875, una partida de carabineros fue a arrancar unas plantas de tabaco a la aldea de Busto, que como sabréis está a unos kilómetros al oeste de Soto de Luiña. Bernardo, mi padre, recién incorporado al servicio con dieciséis años, iba en la partida y eso propició que se conocieran mis padres.

Casi cincuenta años después Bernardo, ya viejo, contaba esta anécdota a mi mujer en la galería de mi casa, ella me la refirió a mí, no sin alegría y algo de sorna.

Las plantas de tabaco que iban a arrancar los carabineros, estaban en la huerta de una casa. Los carabineros sabían que el campesino al que se le arrancaba el tabaco era tísico, en esas tierras todos se conocían, no existía intimidad en el mundo rural. La tuberculosis era una enfermedad muy temida por esas fechas. Cuando llegaron a la casa plantearon la reclamación a la esposa del tísico y cuando estaban en la labor de arrancar las plantas, se asomó a la ventana el propietario y les gritaba que se fueran y los amenazaba diciendo: -Lladries, que os escupo-. En su jerga los estaba llamando ladrones.

El enfermo usaba su única arma para defenderse del expolio de sus plantas pensando que su saliva era temible por el miedo de contagiarse y que les transmitiera la enfermedad.

En aquella ocasión Bernardo conoció y consiguió la atención de una jovencita de la aldea, se llamaba Adelaida, debo advertiros ya, que esta joven, mi madre, es el modelo de mujer de la familia. Ella era de una casa de labor, no del todo mal dotada en tierras. Además el padre de Adelaida, hombre trabajador, conducía la hacienda con una economía saneada. En la casa había dos hijas, Adelaida, la mayor, y María. Bernardo comenzó a frecuentar a Adelaida y era bien recibido en la casa. En aquellos tiempos un hombre con sueldo fijo resultaba muy valorado. Además ya sabéis lo guapos que somos los Echeverría, con nuestro porte de gitanos, aunque algunos vais perdiendo ese aspecto con la mezcla con otras étnias.

Nos contaba mi madre que en la aldea de Busto molestó que un joven viniera de otro lugar a buscar novia y más porque la familia de Adelaida era pudiente y además como todas las nuestras, era hermosa y muy solicitada. Bernardo se vio molestado y lo estaba pasando mal. Su hermano Manolo vio que Bernardo volvía cabizbajo de sus escapadas dominicales. Le preguntó por sus penas. Bernardo, que tenía dieciséis años, le contó que una cuadrilla de mozos de Busto lo molestaban cuando volvía de cortejar a su pretendida.

El domingo siguiente Bernardo se presentó en Busto con su hermano Manolo. Los mozos vieron llegar a los dos hermanos y no les dijeron nada. Manolo era descomunal y muy atravesado y determinado en sus acciones. Dado que no había problema, Manolo decidió crearlo él mismo y preguntó por el cabecilla de la panda que no se encontraba presente en las calles de la aldea. El sujeto en cuestión era de una edad parecida a la de Manolo, unos treinta y algún año.

Manolo descubrió dónde vivía, se presentó en su casa y lo llamó a voces, delante de su esposa y demás parentela le advirtió: que como en Busto volvieran a molestar a su hermano pequeño, volvería a pedirle cuentas a él precisamente y que suponía que allí sabían quién era él, pero que si no lo sabían, que él era Manolo Echeverría, e insistió que si ese nombre no le decía nada, le convenía averiguarlo a la carrera para evitar malos entendidos.

Todos conocían a Manolo, al menos de oídas, desde que aquellos mineros en la fiesta de San Martín habían llegado a fastidiar la fiesta patronal. Manolo los había echado a estacazos, usando la muleta del maestro del pueblo. Ese día –el de la fiesta mayor- hasta el cura tuvo que mediar para evitar más descalabros, interrumpiendo la misa y saliendo con ropas litúrgicas.

Bernardo siguió visitando a Adelaida en su casa. Allí descubrió un ambiente agradable y próspero. Los abuelos maternos de Adelaida eran hacendados de una cierta posición para la aldea en la que vivían, con parientes bien situados en la capital. Joaquín Menéndez, el padre de Adelaida había sido criado de la casa, recogido allí desde niño y lo habían apreciado tanto que lo habían casado con una hija, y este matrimonio era el que continuaba la tenencia de la explotación agrícola. Para dar idea de la prosperidad de la casa de los Agüera diré que el campo era cultivado por criados y las mujeres de la casa no participaban en tareas agrícolas. Joaquín sin embargo sí continuaba con su trabajo de labrador, pero aunque sus suegros seguían viviendo, era él quien llevaba las riendas de la explotación. 

Ya sabréis que en el occidente de Asturias al menos en la costa los campesinos solían dejar la tenencia a uno de los hijos al resto los preparaban con un oficio y las familias que tenían relaciones en la corte le buscaban a sus hijos, si era posible, un sustento cerca de sus parientes capitalinos, para lo que era necesario darles una preparación adecuada, vía La Iglesia o los estudios del tipo que fueran. 

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