7. Desembarcamos en Luarca.
7. Desembarcamos en Luarca.
Luarca, tomada de Wikipedia.
Pasamos a ser “Los Andaluces”, como un pack, de uno en uno teníamos nombre, pero juntos éramos eso: “Los Andaluces”. Hoy pasados los años creo saber que era nuestro ”habla”. Nosotros no nos dábamos cuenta, pero cualquiera que nos oyera abrir la boca lo sabía, en el acto pensaba: ah, son éstos. Si a esto se añaden las travesuras de Paco, en nada de tiempo fuimos famosos en las Luiñas y también en Busto.
Mi padre nos embarcó rumbo a su tierra, pero recalar en Soto de Luiña o en Cudillero no era tan fácil. Nuestro destino fue Luarca. No sé como se las arregló mi padre para conseguirnos el pasaje ni si las autoridades se ocuparon de facilitarlo, la cosa es que Paco y yo llegamos a Luarca después de viajar en cubierta, mojados en ocasiones, mareados en otras y comiendo comidas que no nos gustaban nada, pero llegamos.
Ahora supongo que dos niños solos estaríamos expuestos a muchos riesgos, pero creo que los niños de entonces éramos menos indefensos de lo que creo son mis nietos a esa edad y llegamos a Asturias sin excesivos contratiempos, excluidos los piojos de cabeza y los de cuerpo, menos conocidos en aquellas fechas, pero yo con el tiempo sabría que son omnipresentes en las guerras, de ahí viene esa frase “estar como piojo en costura”. Manuel y mi padre, como dije, se dirigieron a la guerra, a la isla de Cuba. Manuel sentó plaza en el Ejército.
Paco y yo desembarcamos en la villa de Luarca, puerto en el que estaba destinado como sargento de carabineros mi tío Manolo, el mayor de los tíos supervivientes. Juan era el primogénito de la familia de mi padre, pero en esas fechas ya había fallecido. Manolo era el coloso de la familia.
Supongo que mi padre había dispuesto que su hermano Manolo nos recogiera y enviara o acompañara a la casa del maestro de Oviñana, a cuyo cargo estaríamos, tanto desde el punto de vista de manutención, cómo para que nos preparara para continuar nuestros estudios.
Al parecer estando el tío Manolo en una taberna del puerto, entró un marinero y le dijo:
-Manolo, ha llegado un barco y como la mar está muy mala, no nos atrevemos a amarrarlo. Así que ¿por qué no vienes y lo amarras tú? -
Manolo le contestó: -No contéis con ello, yo no me voy a arriesgar, que se vaya y fondee fuera, hasta que pase la tormenta-
-Pero Manolo…-
-No hay peros, ya te dije que no y no te atrevas…-
-Manolo, en el barco hay dos rapazos que dicen que son tus sobrinos-
-No me lo creo, Ah bueno, ¿Cómo se llaman?-
-Uno dijo que te dijera que se llama Juaco hablan raro hablan andaluz-
-Entonces… vale, vamos pallá.-
Manolo pidió a los del barco que le lanzaran el cabo y con dificultades amarró el barco que cabeceaba bastante, movido por el embate de las olas.
Cuando bajamos a tierra, fuimos estrujados por aquel hombre descomunal, al que habíamos visto amarrar el barco y que no nos había dicho nada hasta ese momento, ni una palabra. Había estado muy nervioso sólo gritaba instrucciones, nada que no fuera necesario para realizar la maniobra, gritando, rugiendo y blasfemando.
Insisto en que no nos había saludado, ni siquiera mirado; supongo que la tensión y el peligro no le permitían hacer nada que no fuera la faena marinera, operación que requería toda la atención. En aquellos instantes se podría haber dicho, como en los circos: -Silencio por favor, peligra la vida del artista”-.
Manolo en un primer momento debió extrañarle que habláramos con acento andaluz. -¿Cómo habláis así, siendo hijos de Bernardo y de la pobre Adelaida?, ¿Es que no os enseñaron a hablar en casa?-
Desde entonces los niños pasamos a ser “los andaluces”, para los nuestros y para el resto de las gentes de Las Luiñas.